2ª Corintios 10, 17- 11,2Salmo 148, 1-2. 11-14
Jesús dijo a la multitud: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.
Las breves semejanzas propuestas por la liturgia de hoy son la conclusión del capítulo del Evangelio de Mateo dedicado a las parábolas del reino de Dios (13, 44-52).Entre ellas hay dos pequeñas obras maestras: las parábolas del tesoro escondido en el campo y la perla de gran valor. Ellas nos dicen que el descubrimiento del reino de Dios puede llegar improvisamente como sucedió al campesino, que arando encontró el tesoro inesperado. Permanece el dato primario de que el tesoro vale más que todos lo demás bienes, y, por lo tanto, el campesino, cuando lo encuentra, renuncia a todo lo demás para poder adquirirlo. No tiene necesidad de hacer razonamientos, o de pensar en ello, de reflexionar: inmediatamente se da cuenta del valor incomparable de aquello que han encontrado, y está dispuesto a perder todo con tal de tenerlo.Así es para el Reino de Dios: quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es eso que buscaba, que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y es verdaderamente así: quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús: ¡este es el gran tesoro!Cada día leer un pasaje del Evangelio; y allí, leyendo un pasaje encontraremos a Jesús. Todo adquiere sentido allí, en el Evangelio, donde encuentras este tesoro, que Jesús llama «el reino de Dios», es decir, Dios que reina en tu vida, en nuestra vida; Dios que es amor, paz y alegría en cada hombre y en todos los hombres. Esto es lo que Dios quiere, y esto es por lo que Jesús entregó su vida hasta morir en una cruz, para liberarnos del poder de las tinieblas y llevarnos al reino de la vida, de la belleza, de la bondad, de la alegría. Leer el Evangelio es encontrar a Jesús y tener esta alegría cristiana, que es un don del Espíritu Santo.La alegría de haber encontrado el tesoro del reino de Dios se transparenta, se ve. El cristiano no puede mantener oculta su fe, porque se transparenta en cada palabra, en cada gesto, incluso en los más sencillos y cotidianos: se trasluce el amor que Dios nos ha donado a través de Jesús.Oremos, por intercesión de la Virgen María, para que venga a nosotros y a todo el mundo su Reino de amor, justicia y paz.
Somos mensajeros de esperanza en nuestras familias
Desde ahora perteneceremos a Dios sin división, y Dios se nos dará sin reservas: seremos pobres de bienes terrenos, pero todos los tesoros del cielo serán para nosotros; seremos obedientes, pero es así renunciando a nuestra propia voluntad como llegaremos a ser verdaderamente libres” (1º votos de los misioneros de Saint-Méen)
Mensajeros de esperanza
Mensajeros de esperanzaque te ayudan a vivir,que te dicen que Dios vivemuy cerca de ti.Caminando por ahímuchas veces me perdí.Pero llegaste y me dijisteque tú caminas junto a mí.cuando te conté mi errortu silencio me mostróque no me amas por lo que hago,sino por lo que soy.