Eclesiástico 27, 30—28, 7Salmo 102, 1-4.9-12Romanos 14, 7-9
Se adelantó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?Jesús le respondió: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: «Señor, dame un plazo y te pagaré todo».El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: «Págame lo que me debes».El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: «Dame un plazo y te pagaré la deuda».Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.Este lo mandó llamar y le dijo: «¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?»E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos.
El evangelio de hoy es continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el perdón. Hoy es el tema principal. Mateo sigue con la instrucción sobre cómo comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo es imposible la convivencia comunitaria. El perdón no es más que una de las manifestaciones del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar. Jesús está en la casa y les está enseñando a sus discípulos cómo deben ser las relaciones en la comunidad cristiana. Pedro se acerca, y como en otras ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces lo tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Su pregunta no es mezquina, sino enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar. También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?La respuesta de Jesús es contundente: «No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete». Has de perdonar siempre, en todo momento, de manera incondicional, como Dios, que ofrece a todos su perdón y misericordia y no anda volviendo sobre sus pasos con el objeto de retirar el perdón cuando uno de sus hijos, como el de la parábola, es incapaz de perdonar a su hermano una pequeñez.Recordemos que toda parábola cuestiona la imagen de Dios preestablecida en el pueblo de Israel. Esta no es una excepción. El Dios de Jesús perdona y perdona siempre, aun cuando yo no perdone a mi hermano. La parábola cuestiona la imagen de Dios que tenía el pueblo de Israel, un dios que se mueve en la dinámica de los premios y castigos no es el Dios revelado por Jesús. Pareciera decirles Jesús: ese no es mi Padre. Mi Padre cuando perdona, perdona. No vuelve atrás, aunque tú sí vuelvas atrás, o aunque tú no procedas como todos hubieran esperado que procedas.Ese Dios que premia y castiga nos permite a nosotros hacer lo mismo con los demás. Esta es la razón por la que nos sentimos tan identificados con Él. Primero hemos fabricado un dios a nuestra imagen, y después nos hemos conformado con imitarlo. Un dios con gestos bondadosos ante la súplica de la persona y que luego por la presión de otras, que hubieran esperado que su compañero actuara de otra manera, actúa con crueldad, no puede más que generar turbación, miedo, temor y no saber a qué atenerse. Este, evidentemente, no es el Dios Padre de Jesús.Jesús vino a inaugurar un nuevo orden de las cosas inspirado en la compasión de su Padre. Y porque su Padre es misericordioso, nosotros estamos llamados a arrimar cuanto podemos a esa realidad. ¡El Dios de la misericordia es la mejor noticia que podemos escuchar todos! Ser misericordiosos como el Padre del cielo, es lo único que nos puede liberar de la impiedad y la crueldad.Si todos los hombres y mujeres viven del perdón y la misericordia de Dios, un nuevo orden de cosas ha sido introducido donde la compasión no es ya una excepción o un gesto admirable sino una exigencia del amor. Es la forma práctica de acoger y extender el reinado de Dios en medio de sus hijos e hijas.El perdón recibido nos capacita para perdonar, así como el saberme amado que capacita para amar.La capacidad de perdonar nos da un misterioso parecido con Dios, pues al perdonar y perdonarme, me parezco a Dios que es misericordia y ternura. El perdonar no es debilidad, es grandeza humana que manifiesta algo de lo divino que hay en nosotros. La dinámica del perdón nos va moldeando en un parecido con Jesús. Ahora bien, cuando no vivimos en esa dinámica hay consecuencias y serias, escuchemos a Juan María: «Se dirá el último día a aquellos que no han practicado la misericordia hacia sus hermanos: no han traído aquí ningún sentimiento de humanidad, no encontrarán ninguno; han sembrado la dureza, la inhumanidad, recogerán las gavillas. Han huido de la misericordia, ella se alejará de ustedes. Han despreciado a los pobres, serán despreciados de Aquél que se ha hecho pobre por amor a ustedes» (S. IX p. 2586).Observemos que Juan María hace un paralelo entre la misericordia y la humanidad, entre la dureza y la inhumanidad. La misericordia nos humaniza, nos hace semejantes al humano con mayúsculas, Jesús. La dureza nos aleja de lo que somos y de lo que estamos llamados a ser.El perdón sólo puede nacer de un verdadero amor. Y no es fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra de todos los instintos. Va en contra de lo razonable. Los razonamientos nunca nos convencerán de que tenemos que perdonar.En la Iglesia hacen falta hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él, introduciendo entre nosotros sus gestos de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.
Los discípulos entre ellos: La vida comunitaria tiene sus roces inevitables. Los apóstoles venían haciendo experiencia de ello en el seno de sus familias y en la nueva comunidad constituida por Jesús. Una clave aportará Jesús: el perdón y el perdón siempre. El perdón es el aceite que suaviza las relaciones, es perfume que exhala agradable, es la posibilidad de seguir caminando. Sin perdón no hay relación humana que crezca.
Somos aún su pueblo, somos las ovejas que su mano conduce. Él escuchará nuestro gemidos, porque está lleno de bondad, de dulzura, de compasión, para con aquellos que le invocan; y según el bello pensamiento de san Juan Crisóstomo, espera a dar a luz su misericordia con el mismo ardor que una mujer espera dar a luz. (ATC I p. 330)
Para avanzar – Josu
Para avanzar me basta tu mirada,la mano amiga de la comunidad,el cuerpo roto, la sangre derramaday un mundo joven sediento de unidad.Para avanzar unamos nuestras manos,creando lazos, en camino tras la Paz.que Juan María nos llama a ser hermanos,signos visibles de fraternidad.Un deseo nos convoca, se hace nuestro,y dirige nuestros pasos hasta el fin:el anhelo expresó Jesús Maestro“Que los niños vengan todos junto a mí”.Y nos urge la palabra recia y fuerteque nos dice Juan María: “Por favor,no pueden dejar los niños a su suerte,denles el pan, denles la fe, denles amor”.Por los pobres, los pequeños, y excluidoslos que pierden la sonrisa, el porvenir…Con mi mano que se alcen los caídoscon mis labios, brote un nuevo sonreír.Ven conmigo y pintaremos de alegría,Los rincones más oscuros de tu hogar,Soy tu ángel, tu hospital, de noche y díaTe doy alas de esperanza y a volar.