2ª Timoteo 2, 1-8Salmo 27, 2. 7-9
Cuando Jesús terminó de hablar al pueblo, entró en Cafarnaúm.Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho.Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: Él merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga.Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo –que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes– cuando digo a uno: «Ve», él va; y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «¡Tienes que hacer esto!», él lo hace.Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguí, dijo: Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe.Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
No resultaba fácil para un judío entender que un pagano, como el centurión, fuera elogiado por su fe, por encima incluso de los perteneciente del pueblo de Israel. El distintivo de “pueblo elegido” marcaba la preeminencia, querida por Dios, sobre cualquier otro pueblo. Este relato muestra a Jesús trascendiendo esos límites, admirado por la confianza que manifiesta el centurión, y valorando más la actitud personal que la pertenencia o no al “pueblo elegido”.No es extraño que los humanos presuman de la pertenencia a cualquier grupo capaz de otorgarles un estatus valorado socialmente o una supuesta superioridad de cualquier tipo, sobre los otros. Dentro de la Familia Menesiana podemos encontrarnos a miembros que por sentirse parte y participar consideren que deben tener algún tipo de ventajas o privilegios. Nada más lejos de la realidad y del pensamiento de Juan María de la Mennais (Sermón de la Humildad).Todo esto se apoya en la necesidad de reconocimiento y seguridad. Cuando la primera no se resuelve adecuadamente, estamos constantemente buscando la aprobación de los demás, su aplauso, no viviendo desde el descentramiento (del ego) y desde la gratuidad. Pero además del reconocimiento, el ser humano necesita seguridad. Seguridad que, dentro del campo religioso, está asociada a la salvación por la adhesión a un credo, al cumplimiento de unas prácticas o ritos o la pertenencia a un grupo que profesa “la religión verdadera”.Frente a esta dinámica interna, Jesús valora la actitud de confianza del centurión. Una actitud que es decisión de cada uno/a, y es la que sostiene una auténtica adhesión de fe a la persona Jesús y su proyecto. Lejos de moverse desde intereses personales, “pedía por un siervo al que quería mucho”, y consciente de sus propias fragilidades y sentirse indigno de estar ante la presencia de Jesús.Una Invitación a vivir desde una actitud de confianza, descentrados de los propios intereses, no buscando el aplauso y reconocimiento, sino buscando el bien de quienes más lo necesitan. Linda concreción de vivir en humildad.¿Vivo desde una auténtica actitud de confianza y humildad, sin buscarme a mí mismo/a constantemente?
Dios ama y recibe a todos
Que el sentimiento de tu indignidad no te lleve a alejarte de tu divino Maestro, porque sus misericordias son mayores aún que tu miseria. (A una hija de María. 13-08-1814)
Cómo es posible – Ain karem