1ª Timoteo 3, 1-13Salmo 100, 1-3. 5-6
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: No llores.Después se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se detuvieron y Jesús dijo: Joven, yo te lo ordeno, levántate.El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo.El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
Este pasaje nos muestra la compasión de Jesús ante las circunstancias desoladoras que las personas pueden atravesar y su autoridad y poder.Esta es una historia que sólo encontramos en el evangelio de Lucas. Después de sanar al siervo de un centurión en Cafarnaúm (7:1-10), Jesús fue a la ciudad de Naín. Como de costumbre, sus discípulos y muchas otras personas lo seguían. Estando cerca de la puerta de la ciudad observó que estaba ocurriendo un evento: Iban a enterrar al hijo único de una mujer judía que era viuda. Había allí muchas personas de la ciudad.A esta mujer ya no le quedaba ningún miembro de su familia: su esposo había muerto y ahora había perdido a su único hijo. El evangelista Lucas nos indica que en estas circunstancias “había con ella mucha gente de la ciudad” (v. 12). Este grupo de personas puede representar a la comunidad de fe de esta mujer. Pero, de todas formas, con la muerte de su hijo ella había quedado sola. Esto significaba también que estaría sin la protección social y económica que el hombre daba a la mujer en la sociedad de esos tiempos. Cuando una mujer quedaba viuda eran los hijos quienes pasaban a dar esa protección.Cuando Jesús vio a esta viuda en su dolor “se compadeció de ella” (v. 13). Sus entrañas más íntimas fueron tocadas al ver su situación. La mujer viuda estaba envuelta en su dolor y es Jesús quien, sin ser requerida su ayuda, fue a ella. Jesús restauró a este joven a la vida y a la familia.Todos los seres humanos reconocemos que muchas veces la vida es dura. Experimentamos la muerte, enfermedades y muchas otras situaciones difíciles. Consideremos lo difícil que sería enfrentar situaciones desoladoras como estas sin ninguna ayuda de Dios, sin la comunidad de fe, y sin esperanza. Pero sí hay esperanza y compasión divina en medio de estas experiencias difíciles.Este pasaje bíblico nos lleva a preguntarnos a quién debemos ir ante las situaciones desesperantes de la vida. Tenemos un Dios que se compadece de nosotros y nosotras. Ahora bien, es bueno aclarar que Jesús resucitó al hijo de esta mujer viuda, pero no levantó a cada persona muerta. No siempre Dios actúa o responde de la misma manera, pero su compasión no nos falta. Su compasión y cuidado están presentes hoy.También el texto bíblico nos lleva a preguntarnos: ¿Reconocemos los “milagros” de cada día? Dios está con sus hijos e hijas en todos los aspectos de la vida. En todos estos aspectos y momentos debemos identificar y agradecer la acción de Dios a nuestro favor, independientemente del medio que utilice para bendecirnos. ¡Dios es un Dios de milagros y compasión en nuestras situaciones más difíciles y en nuestro cotidiano vivir!
Creemos en el Dios de la Vida
En la unión con Dios, principio de toda luz, de toda sabiduría, de toda vida, encontraremos nuestro consuelo, nuestra alegría y nuestra fuerza. (Medios para conservar los frutos del retiro)
Vida en abundancia – Pascua joven