Esdras 9, 5-9Tobías 13, 2-4. 5. 8 (Salmo)
Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades.Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos, diciéndoles: No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno.Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir.Si no los reciben, al salir de esas ciudades sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos.Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.
Jesús llama a sus discípulos y los envía dándoles reglas claras, precisas. Los desafía con una serie de actitudes, comportamientos que deben tener. Y no son pocas las veces que nos pueden parecer exageradas o absurdas; actitudes que serían más fáciles de leerlas simbólicamente o “espiritualmente”. Pero Jesús es bien claro. No les dice: “Hagan como que…” o “hagan lo que puedan”. Recordemos juntos esas recomendaciones: “No lleven para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero… permanezcan en la casa donde les den alojamiento”. Parecería algo imposible.Podríamos concentrarnos en las palabras: “pan”, “dinero”, “alforja”, “bastón”, “sandalias”, “túnica”. Y es lícito. Pero me parece que hay una palabra clave, que podría pasar desapercibida frente a la contundencia de las que acabo de enumerar. Una palabra central en la espiritualidad cristiana, en la experiencia del discipulado: hospitalidad. Jesús como buen maestro, pedagogo, los envía a vivir la hospitalidad. Les dice: “Permanezcan donde les den alojamiento”. Los envía a aprender una de las características fundamentales de la comunidad creyente.Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar. Jesús no los envía como poderosos, como dueños, jefes o cargados de leyes, normas; por el contrario, les muestra que el camino del cristiano es simplemente transformar el corazón, el suyo, y ayudar a transformar el de los demás. Aprender a vivir de otra manera, con otra ley, bajo otra norma. Es pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir y cuidar. (Papa Francisco, 12 de julio de 2015).
¡Vamos a proclamar el Reino de Dios!
Sin duda, es necesario que todos los que se dedican a esta santa y grande obra, [las misiones], estén animados, para que salga adelante, del espíritu de Dios, y que prediquen más aún por sus ejemplos que por sus sermones. Pero también es necesario, que aún los que no participan de sus trabajos atraigan sobre ellos las bendiciones celestes, y que toda la Congregación tome parte en esta hermosa misión. (A los Hermanos en el retiro de 1839)