Jonás 1, 1-2, 1-1º1Jonás 2, 3-5. 8 (Salmo)
Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?Jesús le preguntó a su vez: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?Él le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo.Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida.Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: ¿Y quién es mi prójimo?Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió:Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: «Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver».¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?El que tuvo compasión de él, le respondió el doctor.Y Jesús le dijo: Ve, y procede tú de la misma manera.
Con la parábola del “buen samaritano”, Jesús muestra la compasión como la más sublime actitud humana. Implica la capacidad de ponerse en el lugar del otro (empatía), vibrar con él y por él y ofrecerle una ayuda eficaz. La compasión, por tanto, lejos de lo que podría ser un sentimiento de lástima pasajero, pone en juego la sensibilidad, la afectividad, la empatía, el amor y el servicio. Y Jesús lo hace de modo provocativo, particularmente para la institución religiosa. No sólo porque presenta al sacerdote y al levita como carentes de compasión, sino porque coloca al samaritano, visto como un hereje y despreciable a los ojos de la “religión ortodoxa”, como paradigma del comportamiento compasivo: (vio, se acercó, vendó, curó, lo montó en su cabalgadura, lo llevó a la posada, lo cuidó, pagó, …)El manifiesto contraste que caracteriza a esta parábola, pone de relieve que los criterios que utiliza “la religión” para juzgar a las personas, tiene poco que ver con los que emplea Jesús. Para aquella, los que cuesta es el estatus religioso de la persona, su adhesión a la institución, el cumplimiento de las normas… Para Jesús, por el contrario, todo se ventila en el amor compasivo, sea quien sea el que lo viva. Frente a ciertos planteamientos eclesiásticos, que insisten en la necesidad de mostrar “la especificidad cristiana”, la parábola deja claro que no hace falta más añadidos. Basta con vivir la compasión. Y lo expresa con la contundencia de la frase en la que sintetiza lo que es el comportamiento adecuado: “Ve y haz tú lo mismo”.¿Cómo vivo la compasión?
La compasión nos hace cristianos
Hijos míos, si no podemos, sin pecar, rehusar a nuestro prójimo ciertos servicios que nos pide en circunstancias difíciles y complicadas para él, en las que no podemos dejarlo sin que resulte para nosotros un detrimento grave; si sería un crimen no dar limosna a los pobres cuando tenemos medios; si a los ojos de Dios somos homicidas cuando no nos despojamos de lo que nos sobra a favor de los menesterosos, a quienes les falta lo necesario; ¿creen que seremos menos rigurosamente juzgados, cuando no aportamos ayudas espirituales al alma hambrienta, agotada, sufriente de nuestros amigos, de nuestros padres y en fin de cualquier cristiano, sea quien sea, con el que habitualmente nos relacionamos? ¿Los dejaremos en su miseria? ¿Podríamos amarlos y no sentirnos profundamente conmovidos por los males y los peligros que los amenazan? (A los jóvenes de los grupos)