Santa Margarita María Alacoque

Romanos 1, 1-7
Salmo 97, 1-4

Evangelio: Lucas 11, 29-32

Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás.
Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.


La expresión “generación perversa” había sido utilizada en la Torá (Ley judía) para referirse a la generación del desierto que había “endurecido su corazón” ante Yahvéh y Moisés. Como aquella, también esta exige “signos” convincentes. Jesús (¿o el evangelista?; no podremos saberlo) habla del signo de Jonás y remite a la sabiduría del Maestro de Nazaret, “superior” a la de Salomón. El de Jonás se refiere a la leyenda, según la cual, el profeta huyendo de su misión divida, pasa tres días en el vientre de una ballena tras ser arrojado en plena tormenta del barco (Jon2,1)

Sólo hay signos para quien quiere (o puede) ver. Sólo ven los que confían. El mero hecho de exigirlo suele ser una señal de ceguera o de cerrazón. Porque la vida misma, en cualquiera de sus manifestaciones, es todo un signo, cuando no nos escondemos detrás de nuestros miedos, que convierten nuestra mirada, en una mirada miope, queriendo acomodar nuestra realidad a nuestras pretensiones o expectativas. La capacidad de asombro, de admiración, y por último término de contemplación, suele ser inversamente proporcional al afán de medirlo y controlarlo todo, en una búsqueda inútil de seguridad. Necesitamos acallar esa pretensión inútil de control y de seguridad, para “ver” con claridad. La visión no nace del pensamiento, este tiene otro campo de acción en el que se revela toda su grandeza, es el campo de la atención, que nos permite ver la unidad de quien acoge la realidad tal y como es. Esta atención nos capacita para la admiración, el asombro y la contemplación, regalándonos la percepción de nuestra propia identidad. ¿Me dejo vivir el asombro y la admiración?


Máxima

Abramos los ojos para ver las maravillas de Dios


Palabras de Juan María


El universo da un testimonio de Dios que no se puede negar; los cielos hablan de su gloria, la tierra revela su providencia, toda la naturaleza habla de su inmenso poder, de su inagotable bondad, y Vanini, acusado de ateísmo, tenía razón al decir, recogiendo una pajita del suelo y mostrándosela a sus jueces: Esto que tengo es suficiente para demostrar que hay un Dios.Esta verdad es tan sorprendente, tan naturalmente impresa en la mente del hombre, que se encuentra aún en el mismo salvaje; en todos los siglos ha sido considerada como cierta por todos los pueblos, y si consulto sobre esta gran cuestión a los hombres más distinguidos por su conocimiento y su ilustración, ¡qué unanimidad imponente! Hay un Dios, gritarán todos, ansiosos por convencerme de ello. (Respuesta a las objeciones de los ateos)


Divina existencia – Dúo Zimrah

Que nadie me venga a decir
que ya nadie me ama
cuando el creador de este mundo
por mí se entregó.
Que nadie se atreva a negar
su divina existencia
cuando me despierto abrazado
por su protección.
Que solamente Él pudo hacer alguien
de un nadie como yo.

Me recuerda lo profundo del mar
el perdón que me entrega.
Y en el eco de mi soledad
retumbó su presencia.
Se quedó cuando no había nadie
sentado en mi mesa,
y desde entonces no puedo entender
como viví en su ausencia.

Que soy producto del azar,
eso ya lo escuchado.
Que el mundo se terminará
y que no sirve mi fe.
Mas nadie me puede quitar
lo que Dios me ha entregado.
Porque, aunque todo se derrumbe
siento paz en mi ser.
Y nada que construya aquí
puede igualarse a Él.

Me duele recordar que no había más
que un vació profundo, que intenté llenar
con tantas mentiras,
pues no conocía que eras la Verdad.
Y sé que no merezco tu sanidad.
Yo te herí primero y me curaste igual,
me llamaste hijo, me pusiste nombre
y me diste un lugar.