Romanos 11, 29-36Salmo 68, 30-31. 33-34. 36-37
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.Después dijo al que lo había invitado: Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!
Con frecuencia, las enseñanzas de Jesús rompen los esquemas habituales que suelen guiar el comportamiento de las personas. Tanto en lo que se refiere a la imagen de Dios (habla de un Dios que nada tiene que ver con la imagen que proyecta las autoridades religiosas), como a las relaciones con los demás. En todos los casos, lo que prima en la gratuidad y la compasión.Este contraste únicamente se explica por el hecho de que Jesús vive en un nivel de consciencia de total descentramiento del “yo”. Cuando vivimos centrados en nuestro “yo”, justificamos todas nuestras decisiones, queriéndolas pasar por buenas al servicio de nuestros intereses.Una mirada descentrada del “yo”, como la de Jesús, es una mirada diferente, una mirada a la vida, liberada de la tiranía del “yo”, capaz de percibir las diferencias, sin percibirlas como una amenaza. La clave de esta nueva forma de ver radica en ser capaces de salir de uno mismo/a.Para lograrlo contamos con dos herramientas esenciales: por un lado, ejercitarnos en estar en el momento presente con atención y aceptando la realidad; lo que nos permitirá reconocer nuestra unidad con todo y “vivir en el no juicio”. Por otro, distanciar nuestros pensamientos de la realidad presente, y así, no perdernos en cavilaciones mentales y emocionales, y lograr ser dueños del momento presente. Así, lograremos identificarnos más genuinamente con la mirada, que Jesús regala en cada momento.¿De dónde nace mi mirada?
Todos somos invitados a la mesa de Dios
Todos ustedes desean, hijos míos, ser admitidos un día en el reino de Dios y saborear eternamente la felicidad que él prepara para sus elegidos. Vengo a mostrarles hoy el camino que conduce a ese final feliz que desean alcanzar. Vengo a mostrarles a Jesucristo marchando primero por la ruta que Él nos ha abierto… ( S. VI, 1990)
Abre, abre sin miedo,abre mis puertas, Señor.Entra en mi casa,la mesa está puesta;tan sólo faltan tu vino y tu pan.Tus heridas y las mías compartidas,se hacen vida en la mesa del Amor.donde todas las lenguas se comprenden,donde la diferencia se hace don;donde cada patria se hace Reinoy no aleja una bandera, ni un color.Cuando llenas nuestro hogarcon tu presencia y tu amistad,caen los muros que el miedo levantó.Tu Palabra nos invita a salir a los caminos.Tú liberas y abres nuestro corazóny el extraño se convierte en un hermano,que nos acoge con paciencia y compasión.