Santa Catalina de Alejandría

1ª Macabeos 6, 1-13
Salmo 9, 2-4. 16. 19

Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos.
El primero se casó y murió sin tener hijos.
El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero.
Y así murieron los siete sin dejar descendencia.
Finalmente, también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?
Jesús les respondió: En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Porque él no es Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él.
Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: Maestro, has hablado bien.
Y ya no se atrevían a preguntarle nada.


Creer o no creer en la resurrección da lugar a dos estilos de vida, a dos formas de encararla, a distintos modos de enfrentar la realidad. Abrir el corazón hacia el horizonte infinito de la eternidad, cambia en mucho nuestra mirada, nuestras metas, nuestros sueños.
Quien no cree que más allá de la muerte haya algo más y mejor, buscará gozar de la vida, sacarle el jugo, exprimir la naranja hasta donde se pueda. Si sólo existe esta realidad, qué mejor que aprovecharla.

Los cristianos a veces parece que nos olvidamos de la vida eterna y buscamos también gozar lo máximo de la vida presente. Y hacemos como el rico Epulón, banquetear la vida hasta donde dé el cuero, sin importar lo que le pase al vecino. Los lázaros pueden esperar. Ellos también pasarán y se borrará su memoria. Les tocó sufrir, ¡mala suerte! 

Los cristianos sabemos que en el más allá está lo definitivo. Es allí que apuntamos, esa es nuestra esperanza. La casa del Padre nos espera. Y la entrada ya está adquirida por el Hijo mayor, que la pagó con su propia sangre. A nosotros se nos pide llegar con el traje puesto. Atrás quedarán las posesiones, los títulos y cargos. Atrás quedarán la fama y el poder. “En la tarde la vida te examinarán sobre el amor”. Resonará entonces aquella antigua pregunta hecha a Caín: “¿Dónde está tu hermano?” Tuve hambre, ¿me diste de comer?; tuve sed, ¿me diste de beber?…

Creer en la resurrección configura nuestra vida, mueve nuestros pies y manos, potencia nuestra esperanza.


Así pues, después de haber pasado por el fuego de las tribulaciones, a la cabeza del pequeño rebaño, santificado por sus méritos y por sus cuidados, lo acompañarán a su gloria, para allí reinar con él; lo seguirán hasta el seno del Padre, para allí alabarlo, adorarlo, y bendecirlo para siempre en unión con sus espíritus de amor, que también son sus ministros, que velan alrededor del trono, se abrazan, se alimentan, beben de su fuego, y cantan a los pies del Cordero un eterno ¡hosanna!” (Retiro de los sacerdotes de S. Brieuc)

Somos un nuevo pueblo,
Soñando un mundo distinto,
Los que en el amor creemos,
Los que en el amor vivimos.
Llevamos este tesoro,
En vasijas de barro,
Es un mensaje del cielo,
Y nadie podrá callarnos.
Y proclamamos, un nuevo día,
Porque la muerte, ha sido vencida.
Y anunciamos esta buena noticia,
Hemos sido salvados,
Por el Dios de la vida.

En el medio de la noche,
Encendemos una luz,
En el nombre de Jesús.
En el medio de la noche,
Encendemos una luz,
En el nombre de Jesús.

Sembradores del desierto,
Buenas nuevas anunciamos,
Extranjeros en un mundo,
Que no entiende nuestro canto.
Y aunque a veces nos cansamos,
Nunca nos desalentamos,
Porque somos peregrinos,
Y es el amor nuestro camino.
Y renunciamos, a la mentira,
Vamos trabajando por la justicia.
Y rechazamos, toda idolatría,
Pues sólo creemos en el Dios de la vida.

Que nuestra canción se escuche,
Más allá de las fronteras,
Y resuene en todo el mundo,
Y será una nueva tierra.
Es un canto de victoria,
A pesar de las heridas,
Alzaremos nuestras voces,
Por el triunfo de la Vida.