Virgen de la Medalla Milagrosa – Beata Catalina María Rodríguez

Daniel 1, 1-6. 8-20
Daniel 3, 52-56 (Salmo)

Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo.
Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre y dijo: Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie, porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, en su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir.

Probablemente la reflexión de Jesús hay que enmarcarla en el contexto de un enfrentamiento con los sacerdotes y letrados a quienes reprocha obtener dinero de las viudas con pretexto de largos rezos. En ese marco, la avidez de aquellos contrasta fuertemente con la desapropiación de esta mujer, capaz de entregar incluso lo que necesita para vivir.

Este contraste pone de relieve dos modos de vivir y de funcionar: el de quien está identificado con “el yo”, y el de quien se sabe uno con la vida. En el primer caso, su comportamiento egoísta gira totalmente entono a él, al tener, el poder, el hacer, y el aparentar. Todo lo que emprende tiene el sabor de su propio interés.

En el segundo caso, lo que se vive es apertura, gratuidad y desapropiación. La persona se percibe al servicio de la vida, una con ella. Y precisamente como se sabe una con ella, vive la confianza y la aceptación, capaz de sonreír a la vida desde una actitud lúcida y humilde, que la hace testigo del amor que la habita y la conecta con la vida que la rodea en libertad, cercanía y amor.
¿Cómo vivir como auténtico testigo?

Comparte tu vida


Son los hombres que se entregan, en lo secreto, a las obras humildes y escondidas, aquellos cuya salvación es más segura. Han escogido la mejor parte. Dichosos ellos que aman tanto ese ocultamiento. Es a ellos a los que Dios bendice con más alegría y a los que reserva las más grandes gracias. (A los sacerdotes de Saint-Méen sobre el abandono en la Providencia)

A veces me pregunto: «¿por qué yo?»
y sólo me respondes: «porque quiero».
Es un misterio grande que nos llames
así, tal como somos, a Tu encuentro.
Entonces redescubro una verdad:
mi vida, nuestra vida es Tu tesoro.
Se trata entonces sólo de ofrecerte
con todo nuestro amor, esto que somos.

¿Qué te daré?, ¿qué te daremos?,
¡Si todo, todo, es Tu regalo!
Te ofreceré, te ofreceremos
esto que somos…
Esto que soy, ¡eso te doy!

Esto que soy, esto es lo que te doy.
Esto que somos es lo que te damos.
Tú no desprecias nuestra vida humilde;
se trata de poner todo en tus manos.
Aquí van mis trabajos y mi fe,
mis mates, mis bajones y mis sueños;
y todas las personas que me diste,
desde mi corazón te las ofrezco.

Vi tanta gente un domingo de sol.
Me conmovió el latir de tantas vidas…
Y adiviné tu abrazo gigantesco
y sé que sus historias recibías.
Por eso tu altar luce vino y pan:
Son signo y homenaje de la vida.
Misterio de ofrecerte y recibirnos,
Humanidad que Cristo diviniza.