Miércoles de la semana 34 durante el año

Daniel 5, 1-6. 13-14. 16-17. 23-28
Daniel 3, 62-67

Jesús les dijo a sus discípulos: Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en cielo.
Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán.
Serán odiados por todos a causa de mi Nombre.
Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas.

Para conocer los signos verdaderos, para conocer el camino que debo tomar en este momento, es necesario el don del discernimiento y la oración para hacerlo bien. En cambio, para ver el tiempo, del cual sólo el Señor es dueño, Jesucristo, nosotros no podemos tener ninguna virtud humana. La virtud necesaria para ver el tiempo debe ser dada, regalada por el Señor: ¡es la esperanza! Oración y discernimiento para el instante; esperanza para el tiempo. Y así el cristiano se mueve en este camino, momento tras momento, con la oración y el discernimiento, pero deja tiempo a la esperanza”:

El cristiano sabe esperar al Señor en cada instante, pero espera en el Señor hasta el fin de los tiempos. Hombre y mujer de instante y de tiempo: de oración y discernimiento, y de esperanza. Que el Señor nos dé la gracia para caminar con la sabiduría, que también es uno de sus dones: la sabiduría que en el instante nos lleve a rezar y a discernir. Y en el tiempo, que es el mensajero de Dios, nos haga vivir con esperanza.  (Cf. Papa Francisco, 26 de noviembre de 2013).

Jesús nos muestra que ser discípulos suyos, no es un camino fácil ni agradable. No nos equivoquemos, nuestra recompensa no es en la tierra sino en el cielo. Y todo por causa de la Verdad, del Evangelio. Sólo necesitamos mirar a tantos y tantos hermanos que ya han pasado por lo que Cristo nos anunció: encarcelamientos, persecuciones e incluso la muerte. Y precisamente en nuestro caso, situaciones no muy lejanas en el tiempo han bañado nuestro pueblo con la sangre de los mártires. «Serán odiados por todos a causa de mi nombre» dice el Señor. Odio, traición, soledad… estos y otros más, son los recursos que el maligno utiliza ante el triunfo que ya nos ha alcanzado el Señor. Es así de sencillo, y debemos confiar en Cristo y estar preparados pues «a fuerza de constancia poseeremos nuestras vidas».

Sólo el Señor puede darnos la gracia de mantenernos firmes en la fe ante las contrariedades de la vida, por eso nosotros debemos estar preparados para recibirlas, sobrenaturalizarlas y mediatizarlas como una escalera hacia el cielo, escalera que se identifica con la Cruz. En primer lugar, hay que esperar todo de Dios, saber que la fuerza viene de Él, confiar ciegamente en Él, y desconfiar de nosotros y de «nuestras» capacidades, pues son dones recibidos. ¡Pobre aquel que espera vivir sin dificultades, imprevistos, sin dolor, sin sufrimiento…! ¡Aún no hemos alcanzado el cielo! ¡Seguimos desterrados! En segundo lugar, permitirle a Dios, pues nuestra libertad nos juega a menudo malas pasadas, que derrame su gracia sobre nosotros. Él está siempre esperando nuestra respuesta afirmativa, «sí quiero, Señor». Esta declaración debe estar secundada en el amor y la responsabilidad por adquirir e imitar las virtudes del Corazón de Cristo. Sólo Jesús puede ser el agua que sacie nuestra sed, el bálsamo que cure nuestras heridas espirituales, el vino que embriague nuestro amor. Sólo Él puede revestirnos de «un lenguaje y sabiduría que no podrán contradecir ninguno de nuestros adversarios».

Que, ante cada dificultad en el camino, veamos las huellas del Maestro que va por delante y que, como buen Maestro, ya ha experimentado en su persona todo lo que tengamos que padecer nosotros. «Confíen, Yo he vencido al mundo».

Esperamos en Ti, Señor


Por la esperanza nos liberamos de la tiranía de los sentidos y gozamos ya de los bienes invisibles que Dios nos promete. Esta virtud celestial nos eleva por encima de la tierra, eleva nuestros deseos hasta el cielo. (A los hermanos)

Hoy al fin tendremos que seguir 
caminando en paz.
Esperamos contra toda esperanza. 
Y es así, que todo va a cambiar, 
resucitarás. 
Esperamos contra toda esperanza. 

Vos sos la vida, sos la paz, 
vos sos nuestra esperanza. 
Sos el camino para andar, 
sos fuerza y sos confianza. 

No aflojar, seguirte hasta el final, 
tu cruz abrazar.
Esperamos contra toda esperanza. 
Esperar, también es transformar 
un sueño en realidad. 
Esperamos contra toda esperanza. 

Al saber, que vos vas a volver 
a resucitar,
esperamos contra toda esperanza. 
Al sentir, Jesús que estás aquí,
esperándonos, 
esperamos contra toda esperanza.