Santa Catalina Labouré

Daniel 2, 31-45
Daniel 3, 57-61 (Salmo)

Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.
Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va suceder?
Jesús respondió: Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: Soy yo, y también: El tiempo está cerca. No los sigan.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin.

En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.

Según el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis “tendrán ocasión de dar testimonio”. Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.

Hace ya un tiempo que venimos sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando? Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad? ¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?

La crisis está abriendo una fractura social injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir algunos “recortes” en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria? Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, sub-ocupados o desocupados, inmigrantes, enfermos…) ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista desde las comunidades cristianas?

No hemos de olvidar que la crisis no sólo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza. ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana…? Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.

Todo terminará bien


Te exhorto, querido hijo, a que tengas valor y confíes en Dios; él no te ha de abandonar, puedes estar seguro; ocurra lo que ocurra no debes turbarte ni desanimarte por ello: lleva la cruz con amor. Tu recompensa ha de ser hermosa, pues la prueba es dura. Yo procuraré que sea corta.” (Al H. Gerardo, 15 de julio de 1842)

No recibimos el espíritu de Dios
para seguir viviendo esclavos,
sino que hijos adoptivos, el Señor,
nos hizo por su hijo amado.
Y es el espíritu quien hoy
dice en nuestro corazón:
“No tengan miedo de ser santos”.
Él, a su lado, nos llamó
y, convocados por su amor,
todos unidos le cantamos:

No tenemos miedo, no (4)

Cae la tarde, pierde el día su fulgor
y el miedo crece entre las sombras.
Pero, en la noche, el creyente corazón
espera el brillo de la aurora.
Así, despierto, nuestro amor
espera el mensajero albor
del día que ya está llegando.
Sus centinelas somos hoy,
testigos de ese nuevo sol
que es Jesús resucitado.

Y así, en Cristo alimentamos la esperanza
de construir la civilización del amor.
El amor de Dios inclina la balanza.
Si a nuestro lado está,
¿quién nos podrá enfrentar?

Ya no podemos, por la gracia del Señor,
permanecer indiferentes.
Ya no podemos resignarnos al dolor,
a la miseria, a la muerte.
Dios nos invita a iluminar
con nuestra vida pastoral
las realidades en penumbras.
Y es nuestra apuesta, nuestro plan,
de transformar la realidad
con su presencia y con su ayuda.

Si en la balanza de este mundo y su dolor,
más que el amor, pesan las armas;
si manda el dólar,
si la guerra y la opresión
nos acorralan la esperanza,
aún hay oportunidad
para jugarse de verdad,
para no darse por vencido.
Hay un camino que tomar
por los humildes, por la paz,
por la verdad de Jesucristo.

Y así, en Cristo alimentamos la esperanza
de construir la civilización del amor.
El amor de Dios inclina la balanza.
Si a nuestro lado está,
¿quién nos podrá enfrentar?