San Andrés

Romanos 10,9-18
Salmo 18, 2-5

Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores.
Entonces les dijo: Síganme, y yo los haré pescadores de hombres.
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca de Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.

El Evangelio nos señala que el seguimiento de Jesús comienza en un encuentro. En ese instante, se puede captar el llamado y la libertad de seguirlo. No puede haber seguimiento del Señor si no existe este espacio de intimidad y el reconocimiento de su palabra y de la certeza que él mismo nos busca.

Hoy, día celebramos a san Andrés, Apóstol, hermano de Pedro y pescador como él en Betsaida. El texto nos habla de la vocación de los primeros discípulos. Jesús se acerca a ellos en su lugar de trabajo y allí les propone algo nuevo. Son hombres que conocen el lago, saben de redes y del mejor horario para pescar. Y ahora Jesús los invita a dejar el oficio conocido y aventurarse a un futuro incierto: ser pescadores de hombres, o sea buscar seguidores de Jesús.

Seguramente los apóstoles deben haber tenido muchas dudas. No es fácil lanzarse al vacío sin red de seguridad. ¿De qué iban a vivir si no seguían pescando? ¿Qué pasaría con sus familias? El cambio propuesto es radical: no se puede seguir a Jesús y seguir mirando hacia atrás. El relato continúa diciendo que, a pesar de sus temores, los discípulos lo dejaron todo y siguieron al maestro.

Dejaron su trabajo, su lugar, su modo de vida para embarcarse en algo totalmente nuevo, de lo que no sabían casi nada. Confiaron en las palabras del profeta. Le creyeron y comenzaron la aventura de ser ‘pescadores de hombres’, que los llevó lejos, a realidades ni siquiera soñadas antes. Cuando uno le dice ‘Sí’ a Jesús el mundo se expande, la tienda de la comunidad se agranda para dar cabida a gente antes desconocida que ahora son ‘hermanos’. Se deja la mirada corta de espacios limitados aunque seguros, para levantar la vista hacia el amplio horizonte de Dios, menos seguro posiblemente, pero mucho más plenificante.

Te seguiré, Señor.


Debes obedecer con la sencillez de un niño pequeño y con plena confianza en la voz que te llama. Debes estar seguro que viene del cielo. Dios quiere, en estas circunstancias, sea cual sea lo que le cueste a la naturaleza, el sacrificio de tu descanso, de tus gustos, de tus afectos más tiernos, con el fin de que su divino Hijo te pueda decir desde lo alto de la cruz: “Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí”. (Al padre Hercé)

Con un mundo de recuerdos,
muchos planes y proyectos,
un mañana por hacer.
Con un gesto de nostalgia,
una foto de los que ama,
mil preguntas y un porqué.
Dejó todos sus amores,
sus cosas y su gente,
por ser fiel a un nuevo amor.
Alguien golpeó en su puerta, oyó su voz,
le entregó su corazón.

¿Quién te llamó,
quién pronunció tu nombre
un atardecer?
¿Quién te eligió,
te habló de amar y de dar la vida?

Una llama en su mirada,
unas manos siempre abiertas,
unas huellas que seguir.
Llena el alma de palabras
y sus labios temblorosos,
ya sin nada que decir.
Te has quedado entre los tuyos,
en la brisa, en el viento,
que jamás se sabe a dónde va.
Fiel paloma mensajera,
que por amar, olvidó mirar atrás.

Vas sintiendo los momentos,
de errores y de aciertos,
aprendiendo a compartir.
Comprendiendo otras memorias,
otros modos de entender la vida,
de pensar o de reír.
Acogemos tu plegaria,
rebeldía hiriente y sana,
utopía y realidad,
por un mundo insolidario,
que huyendo va
de la paz y la verdad.