Santa Bibiana

Daniel 7, 15-27
Daniel 3, 82-87 (Salmo)

Jesús hablaba a sus discípulos de su venida:
Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.

Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir.
Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre.

Hay dos aspectos a considerar en este evangelio:
El primero es que sin Dios no podemos nada. Nos equivocamos totalmente si pretendemos hacerlo ignorando esta premisa fundamental. La Salvación no es obra nuestra, aunque es verdad que nos llegara a cada uno de modo personal. La Salvación es obra de Dios, porque esa es Su Voluntad, por lo tanto, no la alcanzaremos sin Él, así que descartemos cualquier voluntarismo o activismo fundado tan solo en nuestras fuerzas. Así no la alcanzaremos jamás. ¡Jamás! Pidamos incansablemente esta Gracia, que Él nos concederá. Tenemos que incorporar a Dios a nuestra vida cotidiana, a cada uno de nuestros pasos, latidos y respiraciones. Sin Él no podemos nada; con Él lo podemos todo. 

El segundo aspecto, que hace posible precisamente la intervención del Señor es la oración. La puerta por la que accede el Señor a la conducción de nuestras vidas es la oración. La oración es un diálogo íntimo y sereno con Él, en que nos revela Su Voluntad para nuestras vidas y nos concede el poder, el valor y la capacidad para realizarla. Vemos, pues, que la oración está íntimamente ligada a la Voluntad de Dios. Pues será tan asequible y realizable cuanto más mantengamos esta comunicación con Dios.
Hay una íntima relación entre ambas, al punto que no podemos hablar de Salvación sin ellas, como las dos caras de una misma moneda. No conoceremos lo que Dios quiere de nosotros y nos será imposible realizarlo, si no tenemos una vida de oración. (Cf Miguel Damiani en Roguemos al Señor)


Pensar a menudo en Dios al hablar con los hombres; recogerse para rezar en lo secreto, pero sin violencia, sin penosos esfuerzos, con una gran sencillez de amor. Escuchar a Dios en la oración, abrir los oídos del corazón para recibir su santa palabra; alimentarse de este maná de suavidad, no desperdiciar nada, gustarlo, saborearlo con delicia. Exponer nuestras miserias a nuestro Padre que está en los cielos, con humilde confianza. (Memorial 18-19) 

Te suplicamos, Señor,
que manifiestes tu bondad,
salva a todos cuantos sufren
la mentira y la maldad.
Ten piedad de los humildes,
y a los caídos levanta
hasta el lecho del enfermo
acerca tu mano santa.
Entra en la casa del pobre
y haz que su rostro sonría,
para el que busca trabajo
sé Tú fuerza y compañía.

A la mujer afligida
dale salud y reposo,
y a la madre abandonada
un buen hijo generoso.
Encuéntrale Tú el camino
al hijo que huyó de casa;
al pescador perdido,
al vagabundo que pasa.
Que el rico te mire en cruz
y a sus hermanos regale;
que no haya odio ni envidias
entre tus hijos iguales.

Da al comerciante justicia,
al poderoso humildad;
a los que sufren paciencia
y a todos tu caridad.
Venga a nosotros tu Reino,
perdona nuestros pecados
para que un día seamos
con Cristo resucitados.
Tú Señor, que puedes esto
y mucho más todavía,
recibe nuestra alabanza
por Jesús y con María.