San Ambrosio

Isaías 26, 1-6
Salmo 117, 1. 8-9. 19-21. 25-27

En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: No son los que me dicen: Señor, Señor, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande.

La Palabra de Dios viene a nuestro encuentro y nos recuerda que no basta con decir sólo con nuestros labios, exteriormente: “Señor, Señor”, o “Felices Fiestas”. No sólo basta armar el pesebre, el árbol de Navidad o pensar en algún obsequio; esto es sólo un paso, un comienzo. Jesús en el Evangelio de hoy nos pide y nos enseña a vivir en plenitud la vida de cada día. Escuchando la Palabra de Dios y poniéndola en práctica, construimos nuestra vida. Nuestra existencia será como esa casa que dice Jesús en el Evangelio de hoy, que se construye sobre algo firme, seguro, donde le gusta permanecer. Así es en familia con los que te contienen, te aman, te ayudan a crecer, respetan y animan tus fragilidades; en esta casa de amor familiar, donde se aprende a ser perdonado y a perdonar. Allí en tu familia sufriste, viviste alegrías, esperanza, y a vivir también tristezas, dolores y hasta muerte, pero nunca, por más que soplaron vientos fuertes y se precipitaron lluvias, nada derrumbó ese amor familiar.

Se acerca la Navidad y en este tiempo de Adviento, la Palabra de Dios viene a nuestra ayuda y nos pide poner en práctica esa Palabra. Que no falte este fin de año el deseo profundo de reunirnos en familia, dejando de lado los rencores, odio, celos y envidia.  A esas tempestades hay que temerles, porque así la familia y el país se derrumban, se vienen abajo; cuando nos enfrentamos, nos dividimos, la vida va perdiendo sentido. Por el contrario, si abrimos el corazón, nace Dios, que no sólo nos invita en esta Navidad a reunirnos en familia, sino también a invitar a algún pobre, a alguien que este solo o ande sin sentido por la vida. Así, celebrando la Navidad en familia, viviremos esta casa, que es la casa de Dios, la casa de la comunión. (Cf. Radio María)

Edifiquemos sobre roca firme.


Si construimos sobre la roca que es Jesús, recuerden que nadie es más fuerte que Él. Dice S. Juan Damasceno, que es una roca que las olas no pueden destruir. Es como una montaña que nadie puede mover. Todo cambia, todo cae alrededor de ella; las ciudades, los imperios mueren. Aquí abajo, nada es estable. Sólo apoyados sobre la roca que es Cristo nos mantenemos con una fuerza invencible, en medio de la agitación de las cosas humanas. Nada ni nadie nos hará caer” (Adaptación de sermón de Juan María a los niños, en la fiesta de S. Pedro. S II, 541–42)

Eres mi fuerza y mi poder,
el gran tesoro que busqué.
Eres mi todo Dios.
Perla de precio sin igual,
nunca tu amor podré dejar
Eres mi todo Dios.

Cristo Salvador, digno de adorar.
Cristo Redentor, digno de adorar.

Diste tu vida haya en la Cruz,
resucitaste mi Jesús.
Eres mi todo Dios.
En sequedad o en tentación
Tú me sostienes, mi Señor.
Eres mi todo Dios.