María VI

Ahora bien, queridas hermanas, si un ángel viniese hoy a anunciarles como en otro tiempo a la Santísima Virgen: “Yo las saludo, a ustedes que forman parte de esta piadosa Asociación. Las gracias más abundantes les son concedidas. Son bendecidas entre todos los fieles, el poder de lo Alto les rodea, porque son las hijas predilectas de esta Reina augusta y poderosa que abre a quien quiere los tesoros del cielo” ¿Podrían responder al ángel como María: He aquí la sierva del Señor, que se haga en mí según su Palabra?” (S 71 E 238)

Heme aquí a tus pies, Reina de misericordia.
Quiero pertenecer a ti únicamente.
Recibe esta muestra de amor, este humilde
y dulce compromiso de eterna esclavitud.
Recíbele con esa inefable bondad
que es la perpetua admiración del cielo
y el consuelo de la tierra.
No puedo ofrecerte nada digno de ti.
No tengo más que mi pobre corazón,
mi corazón débil y miserable, al menos,
él es tuyo sin reservas.
Y tu amor, lo espero,
tu amor tan tierno e indulgente
no rechazará esta pequeña ofrenda
de una pobre criatura que se da,
que se consagra a ti para siempre.
Tierna Madre, dirígeme con bondad maternal
todos los días de mi vida
y que en el último momento,
tu inmensa caridad me proteja aún.
No permitas que el enemigo de mi salvación
se apodere de mí en ese instante terrible.
Hazme gozar de tu presencia amable.
Que tu rostro celeste,
tus dulces ojos consuelen mi dolor
y cambien en acción de gracias mis gemidos.
Di en ese momento a mi alma:
yo soy la madre de Dios que has amado tanto
y en quien has esperado.
No temas, yo hablaré por ti.
María, Madre, asegura a tu hijo la beatitud celeste
para que termine su carrera con una santa confianza
y que guiado por ti llegue a la vida eterna. Amén.
(S II p. 962-969)

Quién será la mujer que a tantos inspiró
poemas bellos de amor.
Le rinden honor la música, la luz,
el mármol, la palabra y el color.

Quién será la mujer que el rey y el labrador
invocan en su dolor;
el sabio, el ignorante, el pobre y el señor,
el santo al igual que el pecador.

María es esa mujer
que desde siempre el Señor se preparó,
para nacer como una flor
en el jardín que a Dios enamoró. (bis)

Quién será la mujer radiante como el sol
vestida de resplandor,
la luna a sus pies, el cielo en derredor
y ángeles cantándole su amor.

Quién será la mujer humilde que vivió
en un pequeño taller,
amando sin milagro, viviendo de su Fe,
la esposa siempre alegre de José.

Antífona 1
Hijos míos, por muy frágiles, pobres, culpables que sean no teman dirigirse a María, invocar su asistencia y ponerse en la fila de sus fieles servidores.

Salmo 98
Santo es el Señor, nuestro Dios

El Señor reina, tiemblen las naciones; 
sentado sobre querubines, vacile la tierra. 

El Señor es grande en Sión, 
encumbrado sobre todos los pueblos. 
Reconozcan tu nombre, grande y terrible: 
él es santo. 

Reinas con poder y amas la justicia, 
tú has establecido la rectitud; 
tú administras la justicia y el derecho, 
tú actúas en Jacob. 

Ensalcen al Señor, Dios nuestro, 
póstrense ante el estrado de sus pies: 
él es santo. 

Moisés y a Aarón con sus sacerdotes, 
Samuel con los que invocan su nombre, 
invocaban al Señor, y él respondía. 
Dios les hablaba desde la columna de nube; 
oyeron sus mandatos y la ley que les dio. 

Señor, Dios nuestro, tú les respondías, 
tú eras para ellos un Dios de perdón, 
y un Dios vengador de sus maldades. 

Ensalcen al Señor, Dios nuestro, 
póstrense ante su monte santo: 
santo es el Señor, nuestro Dios.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1
Hijos míos, por muy frágiles, pobres, culpables que sean no teman dirigirse a María, invocar su asistencia y ponerse en la fila de sus fieles servidores.

Antífona 2
Por muy vil e impuro que sea un pecador, decía María a Santa Brígida, no desdeño tocar sus llagas, vendarlas, curarlas puesto que me llamó y soy realmente la Madre de misericordia.

Santa María (cantarlo o rezarlo)

Fuiste una chica humilde, creyente y pura,
fuiste la que esperaba el Salvador,
fuiste el surco abierto, fuiste el Sí a Dios,
cuando el amor divino te fecundó.

Santa María, Madre de Dios,
junto a tu Hijo reúnenos.
Madre y Patrona de nuestro pueblo,
/¡Virgen María, bendícenos!/ (bis)

Fuiste la que llevaste con tu visita
esa feliz noticia del Salvador.
Fuiste la que anunciaste la nueva creación,
cuando, a tu voz, la vida se estremeció.

Fuiste el canto nuevo de mundo nuevo,
a toda voz gritaste: “Dios es amor,
levanta a los humildes, derriba al poderoso.
El salva a los que esperan liberación”.

Fuiste a Belén madura del fruto santo,
y por ser de los pobres, nadie te abrió.
Fuiste la que alumbraste nuestra noche y dolor
cuando la Luz del mundo de Ti nació.

Fuiste a ofrecer al Niño en el Templo santo,
Dios te confió el destino del Salvador:
“Luz para las naciones, signo de división,
y el filo de una espada en tu corazón”.

Fuiste la que comiste el pan del destierro,
la que buscaste al Niño en Jerusalén.
Fuiste la que guardaste todo en tu corazón;
fuiste la que creíste sin comprender.

Fuiste la dulce esposa del Carpintero,
fuerte, trabajadora, mujer de hogar,
madre y educadora, ejemplo de piedad,
la amiga, la vecina más servicial.

Fuiste la que estuviste junto a los novios,
Tú la que les brindaste gracia y amor;
Tú la que adelantaste “la hora del Señor”
cuando el agua en vino, Jesús cambió.

Fuiste la que subiste hasta el Calvario,
la que, de pie, estuviste junto a Jesús.
Tú la que, aceptando nueva fecundidad,
te hiciste Madre nuestra al pie de la Cruz.

Fuiste la que estuviste con los Apóstoles
esperando al Espíritu en oración,
fuiste la que animaste la evangelización
cuando la Iglesia al mundo se propagó.

Antífona 2
Por muy vil e impuro que sea un pecador, decía María a Santa Brígida, no desdeño tocar sus llagas, vendarlas, curarlas puesto que me llamó y soy realmente la Madre de misericordia.


Cuando sobre la cruz Jesús nos ha dado a su Madre y que ha querido que fuésemos sus hijos como él mismo ha sido su Hijo, nos ha hecho un regalo que está por encima de toda palabra y reconocimiento.
Observemos que para hacernos comprender mejor la inmensidad de este beneficio, ha escogido al discípulo que amaba para ser el primer depositario: mujer, he ahí a tu hijo. Discípulo: he ahí a tu madre.
Conmovedoras palabras de consuelo y de alegría. Palabras que resuenan en el fondo del corazón como el acento del amor y la voz de la misericordia.
Madre de mi Dios, es pues cierto que tú eres también mi madre. Puesto que es así, me acercaré a ti con confianza, me mostraré a ti como soy, débil, miserable, pecador, digno por este título de toda la piedad de tu corazón maternal.
Diré a mi madre: Madre, he aquí a tu hijo, no apartes de él tu mirada, sino antes bien deja caer sobre tu hijo una de esas lágrimas de conmiseración y de ternura que renovando su alma le devolverán la paz que le quita el sentimiento de sus faltas. (S II p. 967)

Antífona
¿Cuán grande debe ser tu alegría, pues, al pensar que la Madre de Dios se va a convertir en tu madre y que ella será en adelante tu protectora y tu apoyo ante él?

Bendito sea el Señor, el Dios de Israel,
porque ha visitado a su pueblo con su salvación.

Dios ha suscitado una fuerza de salvación
en la casa de su siervo David,
según lo había dicho en tiempos antiguos
por medio de los profetas,
profetas que hablaban por él.

De los enemigos nuestro Dios nos rescatará
y de aquellos que nos odian también.
Recordará su alianza y sus juramentos,
será fiel a sus promesas,
promesas que le hizo a Abraham.

Dios va a concedernos que, libres y sin temor,
y arrancados de los que hacen mal,
unidos en su reino les demos sirviendo
con santidad y justicia, por siglos y siglos sin fin.

Y a ti niño te llamarán profeta del Señor,
porque prepararás sus caminos
pregonando la paz y el perdón.

En su misericordia, nuestro Dios nos visitará,
como sol que nos ilumina,
guiándonos por senderos de paz.

Gloria al Padre Eterno, gloria al Dios Hijo Jesús.
Gloria al Espíritu Santo por los siglos y siglos sin fin.

Antífona
¿Cuán grande debe ser tu alegría, pues, al pensar que la Madre de Dios se va a convertir en tu madre y que ella será en adelante tu protectora y tu apoyo ante él?

A cada intención respondemos:

María Madre, alienta nuestro caminar

-. Mira a tus hijos que en esta mañana nos hemos congregado para bendecir y alabar a tu Hijo.

-. Atiende las necesidades de aquellos que imploran con fe tu socorro.

-. Se compañera de camino de aquellos que sienten desfallecer en la marcha.

-. Te encomendamos a todas las familias que sufren por ausencia de paz y armonía.

-. Enséñanos a ser instrumentos de misericordia allí donde la vida nos lo exija.

-. María que siempre contemos contigo en nuestro caminar y que no dudemos de tu protección maternal.

Padre Bueno, nos alegramos pues esta augusta Reina desde lo alto del trono resplandeciente de amor y gloria en que está sentada a tu lado, vuelve en este momento hacia nosotros sus ojos amables, nos mira con bondad y se digna recibir con una misericordiosa ternura nuestro humilde homenaje de fidelidad y de entrega que ponemos a sus pies. Por Jesucristo su hijo, que vive y reina contigo en unidad con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.