3º Domingo de Adviento. Gaudete

Isaías 61, 1-2a.10-11
San Lucas 1, 46-50.53-54
1ª Tesalonicenses 5, 16-24

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
Él no era luz, sino el testigo de la luz.
Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: ¿Quién eres tú?
El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: Yo no soy el Mesías.
¿Quién eres, entonces?, le preguntaron: ¿Eres Elías? Juan dijo: No. ¿Eres el Profeta?
Tampoco, respondió.
Ellos insistieron: ¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?
Y él les dijo: Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.
Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle:¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?
Juan respondió: Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.
Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán donde Juan bautizaba.

La comunidad joánica está viviendo un tiempo difícil. Los seguidores de Juan y de Jesús se disputan la primacía y muchos no tenían claro quién era el Mesías. El evangelista Juan quiere dejar en claro que Jesús es el Mesías y que Juan es-en-relación-al-Mesías.

Juan es un enviado de Dios para dar testimonio (se repite 4 veces) de la luz. No se manda sólo, es enviado, porta un mensaje, no-es-el-mensaje. Es testigo de quien es el mensaje mismo. Esta actitud de Juan está provocando que el pueblo se vuelque al Jordán para hacerse bautizar y escucharlo.

Juan aparece como el catequista por excelencia, pues se sabe enviado, portador de la Buena Noticia de la Salvación, que testimonia con su vida lo que anuncia y sabe que lo importante no es lo que piensa sino lo que tiene para anunciar.

Los judíos envían sacerdotes y fariseos para saber quién es este que bautizaba al pueblo en el desierto y que atraía a tanta gente de todas partes. ¿No será el Mesías? Con esa pregunta llegan al Jordán.

Juan sabe que lo llegados venían de Jerusalén y que venían a interrogarlo, eran la ley y venían a certificar quién era y con qué autoridad estaba haciendo lo que hacía. La respuesta de Juan es curiosa. En vez de decir quién es, responde lo que no es: «¡No soy el Mesías!». Añade después otras dos respuestas negativas: no soy Elías, ni el Profeta. Respuesta negativa por tercera vez, como para que no quede ningún género de dudas que él no era el Mesías.

Ante esto, los enviados, insisten: entonces, porque bautizas, decinos quién sos, así expresaremos algo a los que nos enviaron. La respuesta de Juan es una frase tomada del profeta Isaías, frase muy usada, que aparece en los cuatro evangelios: ‘Soy la voz del que clama en el desierto. Enderecen los caminos del Señor’ (Mt 3,3; Mc 1,3; Lc 3,4; Jn 1,23). 

Juan se define por lo que no es y por lo que es. Esta es la manera más clara de expresar qué se entiende por algo; decir que es y qué no es. Juan se define como una voz que clama en el desierto. Juan es voz de Dios y como tal invita a preparar el camino al Mesías. Él no es el Mesías, no es el camino, sólo es la voz que invita a disponer el camino para el encuentro.

Juan no padece la enfermedad, que según el Papa Francisco sufren muchas personas de iglesia, la autorreferencialidad, que nos lleva a mirarnos el ombligo y a estar volcados sobre nosotros mismos. Juan sabe que su referencia es Dios. El autorreferente se olvida de los demás o los coloca en un cono de sombra donde los pierde de vista.

Juan se sabe voz que clama. ¡Cuántas voces son silenciadas! ¡Cuántos no tienen voz! ¡Cuántos hoy necesitan que les ayudemos a que su voz se escuche! ¡Cuántos necesitan que amplifiquemos su voz! Quiera Dios que seamos voz de los sin voz y que si es necesario sepamos hacer silencio para escuchar esas voces inaudibles. Necesitamos Menesianos con oídos atentos y manos dispuestas.

Juan y Dios: Juan se sabe enlazado con Dios, se sabe referenciado al Mesías, sabe que no es la luz, pero sí que es testimonio de la luz. El lazo de Juan con Dios transparenta que Dios es el importante y que él es en tanto y en cuanto se relaciona con él.

Juan y las autoridades: Juan no calla lo que tiene que anunciar, es sincero, claro, no anda con vueltas, lo dice por la negativa y por la positiva, insiste. Juan no busca quedar bien, dice lo que descubre que Dios le invita a decir. No se alía con el poder. No quiere que el oyente se confunda. Yo no soy el que piensan que soy. Yo soy una voz. No hablo por mí mismo. Hablo en nombre de otro.


Es la verdad misma, es Dios quien nos enseña lo que debemos decir por su causa, es a Él a quien debemos consultar para saber si debemos guardar silencio o romperlo. Pidámosle todos los días que ponga en nuestra boca, cuando su gloria lo exija, estas palabras vivas que penetran hasta el fondo del alma (Calendario 3‑2‑95)