3º martes del Adviento

Jueces 13, 2-7. 24-25
Salmo 70, 3-6. 16-17

En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón. Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada.
Un día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la función sacerdotal delante de Dios, le tocó en suerte, según la costumbre litúrgica, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso.
Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se ofrecía el incienso.
Entonces se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo.
Pero el Ángel le dijo: No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan. El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni bebida alcohólica; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios. Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto.
Pero Zacarías dijo al Ángel: ¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada.
El Ángel le respondió: Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo.
Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. Él se expresaba por señas, porque había quedado mudo.
Al cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa.
Poco después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco meses. Ella pensaba: Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres.


Dios Todopoderoso está interviniendo en nuestra historia de un modo único, comparado probablemente tan sólo con el momento aquel de la Creación y posiblemente con el de su vuelta definitiva, para reinar por toda la eternidad. Es pues un momento central planeado por Dios con el único propósito de salvarnos, porque su amor y su misericordia son infinitos. Él quiere que vivamos eternamente y que ni uno solo se pierda.

Los versículos que hoy reflexionamos tienen que ver con el nacimiento de Juan el Bautista, primo de Jesús, que habría de precederlo, anunciando su llegada, para la cual debíamos prepararnos. Para que se cumpla este propósito, Isabel, su madre, que era estéril y ya mayor, habiendo sobrepasado la edad de concebir, queda encinta de Zacarías, su esposo, que también era mayor.
¿Cuál es el mensaje de este suceso? Que no hay nada que se pueda oponer a los designios de Dios; que para Dios no hay nada imposible; que Dios tiene un Plan y que este se cumplirá, por encima de cualquier oposición u obstáculo infranqueable para nosotros.

Nosotros siempre estamos pensando que las cosas dependen de nosotros; queremos ser nosotros los que dirigimos la resolución de cada situación, en lugar de abandonarnos a su voluntad, confiando plenamente en que, si Él así lo ha dispuesto, así sucederá. Si tuviéramos un poco más de fe, afrontaríamos más confiados cada situación, sabiendo que, si es voluntad de Dios, entonces no depende de cuanto nos esforcemos o empeñemos en lograrlo. Nos cuesta abandonarnos a lo que Él ha dispuesto, con argumentos posiblemente tan sólidos, razonables y lógicos como los de Zacarías, olvidando que la lógica y la razón de Dios no se ajustan necesariamente a nuestros parámetros, porque él ve más allá, porque está por encima de nosotros, porque es Dios. 

Ha llegado el momento que decidamos si creemos o no creemos en Dios, si aceptamos o no su voluntad. No se trata de palabras, de descripciones, declamaciones o juramentos, sino de actuar en consecuencia. Para hacerlo, hay que saber apagar el ego, desconectarse de la seudo responsabilidad que nos mueve con el pretexto que, si no lo pensamos y meditamos nosotros, no será posible, como ocurre aquí con Zacarías, quien en lugar de aceptar lo que Dios ha dispuesto, pretende justificarse en la falta de lógica que encuentra a lo que ha sido dispuesto por Dios. No antepongamos nuestra lógica a la lógica de su voluntad.


Como buenos hermanos, como hijos fieles completamente unidos entre sí, ayudémonos los unos a los otros a caminar con paso firme por el camino por el que nuestro Padre nos ha llamado y que debe conducirnos a Él. (Sermón sobre la perfección)          

En lo pequeño goza tu mirada.
En mi fragilidad brilla tu luz.
En mis anhelos crecen tus alas
Y en lo escondido me hablas Tú.

En la audacia del corazón está
esa intuición de que hay camino
y debo continuar.
No se desvanecerá mi confianza en Ti:
Aunque todo tiemble,
tu Palabras seguirá ahí.

En la dificultad tu gracia.
En la precariedad tu don.
Yo sola nada, pero contigo,
todo lo puedo mi Dios
Yo sola nada, pero contigo,
todo lo puedo mi Dios.

En la audacia del corazón está
esa intuición de que hay camino
y debo continuar.
No se desvanecerá mi confianza en Ti:
Aunque todo tiemble,
tu Palabra seguirá ahí.