3º viernes de Adviento

1º Samuel 1, 19-20. 24-28
1º Samuel 2, 1. 4-8 (Salmo)

María dijo: 
Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de tu servidora. 
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.

Señor, como María, quiero alabarte y glorificarte
por todo lo que me has dado a lo largo de mi vida.
También quiero alabarte por tantos que no saben,
o no quieren alabarte.
Y lo quiero hacer con el espíritu que lo hizo María:
desde la humildad, desde la pobreza,
desde su gran amor.

Este canto de alabanza es como un “bonito mosaico” compuesto con piedrecitas de himnos anteriores, en especial de Ana. Por otra parte, sabemos que existían himnos en la comunidad de Qumrán, y también himnos de los salmos de Salomón. Pero nos llama la atención que temas que eran frecuentes en estos himnos, desaparezcan en el Magníficat. “No aparecen el tema de los enemigos, ni del pecado, ni del juicio de Dios, etc” (F. Bovon).
Dios es bueno para todos. Dios es Poderoso, pero no para aplastar a nadie sino para practicar la misericordia con todos. Diríamos que estos himnos han recibido letra del A.T. pero la Virgen los ha cantado “con la música del Nuevo Testamento”. En este himno de María se insiste mucho en la “humildad”. Es todo lo que Dios ha visto en Ella. La humildad cristiana no consiste en considerarse poca cosa, lo último, lo peor, sino en saber que nuestra pequeñez unida a la grandeza de Dios lo puede todo, y que todo lo grande que somos y tenemos es don de Dios. Por este motivo, siendo María humilde, dijo que todas las generaciones le llamarán bienaventurada.

Jesús, quiero aprender a ver con el corazón
lo que los ojos y la mente por sí solos
no logran percibir.
Tu encarnación es un don tan grande
que sólo con la fe puedo acogerlo,
aun sin comprenderlo.
Gracias por salir a mi encuentro en esta oración, fortaleciendo así mi fe
en el inmenso e inmerecido amor que me tienes.

Almas piadosas, ustedes todos hermanos míos, que desean saber por qué María les dice que el Señor ha mirado la humildad de su sierva:” Ha mirado la humildad de su sierva”. ¡Palabra admirable! ¿Palabra profunda y verdaderamente sublime! En dos palabras, he ahí todo el Evangelio. No, no son solamente los privilegios de María y las gracias extraordinarias que ella ha recibido las que han atraído sobre ella la mirada favorable de su Dios. Pero ella es bienaventurada porque ella fue dulce y humilde de corazón. Ella ha caminado por las vías sencillas y comunes. Ella perseveraba, nos dice la Escritura, en la oración con las otras mujeres, no hacía nada que pudiese distinguirla de las otras. (Sermón sobre María)

Maravillas hizo en mí;
mi alma canta de gozo
pues al ver mi pequeñez
se detuvieron sus ojos.
Y el que es Santo y Poderoso
hoy aguarda por mi sí.
Mi alma canta de gozo.
Maravillas hizo en mí.

Maravillas hizo en mí;
del alma brota mi canto.
El Señor me ha amado
más que a los lirios del campo.
Por el Espíritu Santo,
Él habita hoy en mí.
No cese nunca mi canto.
Maravillas hizo en mí.