San Antonio Galvao de Francia

Malaquías 3, 1-4. 23-24
Salmo 24, 4-5. 8-10. 14

Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: No, debe llamarse Juan.
Ellos le decían: No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
Éste pidió una pizarra y escribió: Su nombre es Juan.
Todos quedaron admirados.
Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: ¿Qué llegará a ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él.


San Lucas nos comparte después de las dos anunciaciones, dos nacimientos. Primero el de Juan el Bautista, que es algo así como el profundo zumbido que precede a una erupción volcánica o a un gran terremoto. La explosión de alegría de la Buena Noticia está muy cerca: una gran alegría que lo será para todo el pueblo. En este tiempo resulta interesante ver la forma en cómo Lucas nos comparte su visión de los hechos y nos hace ver la misericordiosa acción de Dios en la vida y en la historia.

Juan es su nombre, nos recuerda hoy el Evangelio y podríamos decir, Juan es su misión. “Juan es su nombre” insiste su padre aún mudo, aceptando la palabra firme de su esposa, bendecida por María y el niño que está cargaba en el vientre. El nuevo nombre significa salirse, romper con la tradición aceptada por todos. La misión del profeta es comunicar y atraer a todos hacia Dios y el bebé-profeta Juan ya está haciendo eso. Las circunstancias que rodean su nacimiento llevan a que los cercanos se pregunten: “¿Qué está pasando acá?”. Está pasando Dios, que nos habla por innumerables caminos, incluso con el nacimiento de un niño.

Nosotros, no sólo en este especial tiempo de Navidad, sino que, de manera permanente, también estamos llamados a ser mensajeros y atraer a todos hacia Dios, con humildad y sencillez, pero a la vez con valentía y capacidad profética. Preguntémonos hoy ¿qué está pasando en nuestra vida? ¿Cómo Dios está actuando en ella?


Este lenguaje le parece muy extraño a la mayor parte de los hombres; sin embargo, no es por ello menos verdadero y debemos bendecir incesantemente a Aquél que nos ha concedido la gracia de comprenderlo. Qué dichosos somos de pertenecer a este pequeño rebaño, que el Señor se ha escogido y que conduce por caminos tan dulces con una solicitud tan tierna. (Carta al p. Querret, 16-11-1814)

Por aquellos días
Le llegó el tiempo a Isabel.
Parientes, vecinos,
se alegraron con ella,
porque grande se manifestó
el Dios de Israel,
Pues dio a luz a un hijo
aun siendo estéril y vieja.
Y aunque todos pensaban
en llamarlo como el padre,
se opuso Isabel:
Su nombre será Juan, les dijo.
Y todos comentaban.
¿cómo puede ser?

Juan, su nombre es Juan.
Es voz que prepara el camino al Señor.
Juan, su nombre es Juan,
profeta, bautista,
enviado de Dios.

Luego a Zacarías
le fueron a preguntar
si le parecía bien
el nombre de su hijo.
Mas al no poder
Con sus palabras expresar
lo que el ángel
en el templo
un día le dijo,
pidiendo una tablilla
escribía convencido:
Su nombre es Juan.
Y en el mismo momento
a Dios alabó y bendijo
al poder hablar.

Pronto se quedaron asombrados
los vecinos
y en toda Judea
comentaban lo ocurrido.
Los que se enteraban
preguntaban: ¿qué va a hacer,
cuando el niño crezca,
porque Dios está con él?
Creciendo se hizo fuerte
y fue a vivir en el desierto.
Y un día volvió
y ya, como el Bautista,
regresó llamando al pueblo
a la conversión.