San Esteban

Hechos 6, 8-10; 7, 54-60
Salmo 30, 3-4. 6. 8. 16-17

Jesús dijo a sus discípulos: Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos.
Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará.

Señor, que, al haberte recibido en esta Navidad, pueda tener un corazón dispuesto a ser testimonio de tu presencia ante las demás personas con las que me encuentre en este día. Concédeme sentirte vivo en mi vida, y que los demás te encuentren a Ti en mí.

Donde se atropella la dignidad y los derechos de la persona humana; donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el bien común; donde se corre el riesgo de habituarse al odio fratricida y a la explotación del hombre por el hombre; donde las luchas intestinas dividen grupos y etnias y laceran la convivencia; donde el terrorismo sigue golpeando; donde falta lo necesario para vivir; donde se mira con desconfianza un futuro que se está haciendo cada vez más incierto, incluso en las naciones del bienestar: que en todos estos casos brille la Luz de la Navidad y anime a todos a hacer su propia parte, con espíritu de auténtica solidaridad. Si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo se encamina a la ruina. 

La humanidad entera reclama hombres y mujeres dispuestos a dar su vida, día a día, en el trabajo, en el hogar, en la universidad, en cada espacio cultural; en fin, en donde puedan ser faros luminosos que den luz a las almas perdidas en la vida cotidiana. El mundo está necesitado.

Por eso, debemos confiar y lanzarnos a ser ese faro de Dios para los demás, no teniendo miedo y abriendo nuestro corazón para Él, que es nuestra luz, nuestra fuerza y nuestra salvación. Hoy tenemos que confiar una vez más y mirar el mundo con ojos llenos de fe. Necesitamos ser testigos de Aquél que nos ha amado y que nos ha llamado por nuestro nombre con una sonrisa en el rostro. Y cuando experimentemos nuestra debilidad, nuestra miseria, acudamos a Cristo y a su Madre Santísima. Junto a ellos, nuestra confianza crecerá y se fortalecerá en ese darnos con amor a la Voluntad de Dios y en el constante ser testigos de la fe, aunque las persecuciones morales parezcan ahogarnos.


Mantén la calma, resignado y hasta lleno de alegría, porque la voluntad de Dios es manifiesta, y no debes pensar en otra cosa más que en cumplirla. (Al H. Ambrosio, 27-08-1840)

NO TENEMOS MIEDO – Filocalia

No recibimos el espíritu de Dios
para seguir viviendo esclavos,
sino que hijos adoptivos, el Señor,
nos hizo por su hijo amado.
Y es el espíritu quien hoy
dice en nuestro corazón:
“No tengan miedo de ser santos”.
Él, a su lado, nos llamó
Y, convocados por su amor,
todos unidos le cantamos.

No tenemos miedo, no (4)

Cae la tarde, pierde el día su fulgor
y el miedo crece entre las sombras.
Pero, en la noche, el creyente corazón
espera el brillo de la aurora.
Así, despierto, nuestro amor
espera el mensajero albor
del día que ya está llegando.
Sus centinelas somos hoy,
testigos de ese nuevo sol
que es Jesús resucitado.

Y así, en Cristo alimentamos la esperanza
de construir la civilización del amor.
El amor de Dios inclina la balanza.
Si a nuestro lado está,
¿quién nos podrá enfrentar?

Ya no podemos, por la gracia del Señor,
permanecer indiferentes.
Ya no podemos resignarnos al dolor,
a la miseria, a la muerte.
Dios nos invita a iluminar
con nuestra vida pastoral
las realidades en penumbras.
Y es nuestra apuesta, nuestro plan
de transformar la realidad
con su presencia y con su ayuda.

Si en la balanza de este mundo y su dolor,
más que el amor, pesan las armas;
si manda el dólar,
si la guerra y la opresión
nos acorralan la esperanza,
aún hay oportunidad
para jugarse de verdad,
para no darse por vencido.
Hay un camino que tomar
por los humildes, por la paz
por la verdad de Jesucristo.

Y así, en Cristo alimentamos la esperanza
de construir la civilización del amor.
El amor de Dios inclina la balanza.
Si a nuestro lado está,
¿quién nos podrá enfrentar?