Génesis 15, 1-6; 17, 5; 21, 1-3Salmo 104, 1b-6.8-9Hebreos 11, 8.11-12.17-19
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor».También debían ofrecer un sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Ángel lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel».Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casa en su juventud, había vivido siete años con su marido.Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Estamos celebrando la festividad de la Sagrada Familia. Una fiesta antigua, pero introducida oficialmente en la Liturgia Católica en 1893 por el papa León XIII, para que las familias tuvieran un referente que les ayudara a afrontar la desintegración familiar y la pérdida de sentido y valores ocasionados por las grandes transformaciones sociales y económicas de la época. Nada distinto en el momento presente… quizá la situación sea más aguda y requiera contemplar aquella realidad familiar con más compromiso. El evangelista Lucas muestra a María y a José que van a Jerusalén para realizar en el templo los rituales propios de su cultura con los que se consagra un hijo a Dios un hijo recién nacido. Todo parecía transcurrir con normalidad, hasta que dos personajes ancianos y de procedencia humilde (Simeón y Ana) se dieron cuenta que algo especial sucedía y comenzaron a alabar a Dios por haber visto a Jesús, el Salvador.Simeón y Ana son gente de fe, de corazón abierto, de mente lúcida, con espíritu atento, como tanta gente buena que sabe reconocer cuando Dios está actuando en la vida, en la realidad, en las personas. Simeón, con la fuerza propia de la gente que tiene a Dios dentro, dice que Jesús dejará al descubierto las intenciones del corazón de muchos y exclama que ya puede morir en paz porque sus ojos han visto la salvación.El Papa Francisco nos recuerda que: “Jesús nació en una familia. Él podía llegar de manera espectacular, o como un guerrero, un emperador… No, no: viene como un hijo de familia. Esto importante: contemplar en el belén esta escena tan hermosa. Dios eligió nacer en una familia humana, que Él mismo formó. La formó en un poblado perdido de la periferia del Imperio Romano. No en Roma, que era la capital del Imperio, no en una gran ciudad, sino en una periferia casi invisible, más bien con mala fama. Sin embargo, precisamente allí, en esa periferia del gran Imperio, inició la historia más santa y más buena, la de Jesús entre los hombres. Y allí se encontraba esta familia.Cada familia cristiana —como hicieron María y José—, ante todo, puede acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo. Hagamos espacio al Señor en nuestro corazón y en nuestras jornadas. Así hicieron también María y José, y no fue fácil: ¡cuántas dificultades tuvieron que superar! No era una familia artificial, no era una familia irreal”. Hoy, como Familia Menesiana no podemos desentendernos de las realidades que afectan a la familia. Muchas se hunden ante las problemáticas histórico-sociales, económicas, políticas, ideológicas. Por eso hoy es el tiempo, no para hacer teorías, sino para despertar nuestra solidaridad con aquellas personas, especialmente niños y adolescentes más indefensos, que necesitan apoyo, respeto y ayuda efectiva y afectiva.
El Capítulo General 2018 (pág 25) nos recuerda que “la vitalidad de la Familia Menesiana depende de la respuesta que dé a las intuiciones del Espíritu, en las diferentes culturas y de cara a las necesidades locales”.Y continua el Papa Francisco de esta manera: “La familia de Nazaret nos compromete a redescubrir la vocación y la misión de la familia, de cada familia. Y, como sucedió en esos treinta años en Nazaret, así puede suceder también para nosotros: convertir en algo normal el amor y no el odio, convertir en algo común la ayuda mutua, no la indiferencia o la enemistad.No es una casualidad, entonces, que Nazaret signifique «Aquella que custodia», como María, que «conservaba todas estas cosas en su corazón». Desde entonces, cada vez que hay una familia que custodia este misterio, incluso en la periferia del mundo, se realiza el misterio del Hijo de Dios, el misterio de Jesús que viene a salvarnos, que viene para salvar al mundo. Y esta es la gran misión de la familia: dejar sitio a Jesús que viene, acoger a Jesús en la familia, en la persona de los hijos, del marido, de la esposa, de los abuelos… Jesús está allí. Acogerlo allí, para que crezca espiritualmente en esa familia”. (Audiencia General del 17-12-14)Que la celebración de la Sagrada Familia nos haga más familia, más hermanos, solidarios, y dispuestos a parecernos a Jesús de Nazaret.
Jesús con sus padres: vivió y actuó como niño en el seno de una familia judía, abierta a la trascendencia y a la primacía absoluta de Yavé. Aprendió la obediencia, conoció el límite y también la libertad para actuar y sus consecuencias. Hizo experiencia de apertura al mundo adulto y planteó sus proyectos de futuro. Siempre fue acogido, aunque no siempre entendido.
En esta época dichosa, los vuelvo a ver a todos, nos reencontramos en esta casa en la que han sido de nuevo engendrados en Jesucristo y que les ha servido de cuna; aquí gustarán, saborearán con delicia las santas alegrías de la familia; cantarán a una sola voz, en un solo coro, el cántico del profeta: ‘Qué bueno, qué dulce es para los hermanos habitar juntos en una misma morada. La paz fraterna de la que gozan es como el perfume que derramado en la cabeza de Aarón, desciende sobre su rostro hasta el borde de sus vestidos; es como el rocío del Hermón que desciende sobre la montaña de Sión’. (Sermón sobre el retiro)
Cada vez que nos juntamos,siempre vuelve a sucederlo que le pasó a Maríay a su prima la Isabel:Ni bien se reconocieronse abrazaron y su fese hizo canto y profecía,casi, casi un chamamé.Y es que Dios es Dios familia,Dios amor, Dios Trinidad.De tal palo tal astilla,somos su comunidad.Nuestro Dios es Padre y Madre,causa de nuestra hermandad.Por eso es lindo encontrarse,compartir y festejar.Cada vez que nos juntamossiempre vuelve a sucederLo que dice la promesade Jesús de Nazareth:Donde dos o más se junten,en mi nombre y para bien,yo estaré personalmente,con ustedes yo estaré.Cada vez que nos juntamos,siempre vuelve a sucederlo que le pasó a la gentereunida en Pentecostés:Con el Espíritu Santo,viviendo la misma fe,se alegraban compartiendolo que Dios les hizo ver.