Epifanía del Señor

Isaías 60, 1-6
Salmo 71, 1-2. 7-8. 10-13
Efesios 3, 2-6

Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo.
Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén.
Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. En Belén de Judea, –le respondieron–, porque así está escrito por el Profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel».

Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje.
Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje.
Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra.

Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.

En esta fiesta de la Epifanía, que nos recuerda la manifestación de Jesús a la humanidad en el rostro de un Niño, sintamos cerca a los Magos, como sabios compañeros de camino.
Su ejemplo nos anima a levantar los ojos a la estrella y a seguir los grandes deseos de nuestro corazón.
Nos enseñan a no contentarnos con una vida mediocre, de “poco calado”, sino a dejarnos fascinar siempre por la bondad, la verdad, la belleza, por Dios, que es todo eso en modo siempre mayor.

Y nos enseñan a no dejarnos engañar por las apariencias, por aquello que para el mundo es grande, sabio, poderoso.
No nos podemos quedar ahí. No podemos contentarnos con las apariencias, con la fachada. Tenemos que ir más allá, hacia Belén, allí donde en la sencillez de una casa de la periferia, entre una mamá y un papá llenos de amor y de fe, resplandece el Sol que nace de lo alto, el Rey del universo. A ejemplo de los Magos, con nuestras pequeñas luces buscamos la Luz”. (Papa Francisco)


¡Oh! Salvador mío, cuya bondad y amor se han manifestado al mundo, para que, instruidos por ti, y renunciando a la impiedad y a los deseos terrestres, vivamos aquí abajo en la sobriedad, la piedad, la justicia. Haz que, al verte semejante a nosotros, por lo que aparece fuera, merezcamos ser interiormente reformados a tu imagen. (Guía de la primera edad. Oraciones p.206)

Nuestro barro brilla luminoso,
nuestra carne canta estremecida,
nuestra historia no es irreparable,
nuestra muerte no es definitiva.

El Verbo se hizo Carne
y puso su morada entre nosotros.
Jesús, Señor, el Emmanuel:
tu amor salva nuestra vida.

Nuestras penas encuentran tu consuelo,
nuestra soledad tu compañía,
tu perdón funde mi pecado,
tu ternura sana las heridas.

El Verbo se hizo Carne
y puso su morada entre nosotros.
Jesús, Señor, el Emmanuel:
Tu amor salva nuestra vida.

Nuestra búsqueda tiene tu horizonte,
nuestro anhelo se llena de esperanza,
nuestros sueños encierran mil promesas,
se sacian los deseos y se ensanchan.

El Verbo se hizo Carne
y puso su morada entre nosotros.
Jesús, Señor, el Emmanuel:
tu amor salva nuestra vida.
Jesús, Señor, el Emmanuel:
tu amor salva nuestra vida.