2º Domingo durante el año

1ª Samuel 3,3b-10.19
Salmo 39,2.4ab.7-10
1ª Corintios 6,13c-151.17-20

Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: Este es el Cordero de Dios.
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscan? Ellos le respondieron: Rabbí –que traducido significa Maestro– ¿dónde vives?
Vengan y lo verán, les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.

Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro.
Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas, que traducido significa Pedro.

El testimonio de Juan Bautista sobre Jesús como Cordero de Dios viene precedido de otro testimonio. Juan ha visto al Espíritu descender sobre Jesús y testimoniará que Jesús es Hijo de Dios. Ver (no solo físico) y testimoniar son dos actitudes que van íntimamente unidas: sin ver no hay testimonio y se testimonia lo que se ve. El testimonio que no se fundamenta en el ver es un testimonio vacío. El anuncio se debe asentar en la tierra firme y fértil de la experiencia. Es el testimonio de Juan el que está al origen del seguimiento de los dos discípulos. Juan confiesa a Jesús como Cordero de Dios, aquél que con su sangre nos libera.

Los versículos 38 y 39 se relacionan con la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena: ‘Se volvió’: aquí es Jesús. En la aparición a María Magdalena es ella la que se vuelve. Aquí la pregunta es: ¿qué buscan? Allí es: ¿a quién buscas? En los dos textos está la expresión Rabboni, que traducido quiere decir Maestro.

Dice el texto que Jesús volviéndose y viendo que le seguían les dice: ¿Qué buscan? ¿Cuál es el deseo que ha puesto sus pies en camino? ¿Qué es lo que los lleva a venir detrás de mí? ¿Por qué me siguen? Ellos responden: Maestro ¿dónde moras? ¿Dónde está asentada tu vida? ¿Quién eres? ¿Cuáles son tus relaciones? La morada no es un lugar, es el modo de expresar la relación. Moramos en nuestras relaciones. Jesús mora en el amor del Padre. Él mismo nos dice: Yo moro en el Padre y el Padre mora en mí. Jesús quiere que también nosotros moremos en ese amor. El discípulo está llamado a morar en Jesús (Jn 15, 8). Pues sólo el que mora en Él puede dar fruto (Jn 15, 4). Morar en Jesús es vivir descentrados de nosotros mismos.

Los dos discípulos vieron y comprendieron donde moraba Jesús. Y a partir de aquel día comenzaron a morar con Él. Morar en Él es morar en su Palabra, dimensión necesaria del discipulado. Es necesario que la Palabra penetre en lo más profundo de nuestro corazón. Morar en Él es comer su carne y beber su sangre. Es vivir esa comunión eucarística con Jesús. Vivir como Él entregando la propia carne y sangre. Morar con Jesús para los menesianos es hacer realidad el deseo de Juan María: tener sus mismos sentimientos, sus mismos pensamientos, caminar como el caminó, andar con los que él anduvo, en una palabra, ser su imagen viviente.

Andrés es uno de los discípulos que ha seguido a Jesús y ha morado con Él; ha visto y por eso ahora testimonia a su hermano que se ha encontrado con el Mesías. Él tiene la seguridad del encuentro y desde esa seguridad conduce a su hermano al encuentro con Jesús. Andrés acerca su hermano a Jesús, pero como siempre, la fuente del seguimiento no será Andrés sino Jesús y su mirada convocante: ‘Poniendo en él los ojos’. Una mirada que llega al corazón, que conoce la realidad profunda de Pedro y libera todas sus potencialidades. Tú no eres solo Pedro, el hijo de Simón, tú eres Cefas, tú eres la piedra. El encuentro con Jesús cambia las relaciones: serás Cefas, no sólo Simón.

En el encuentro se transforman las relaciones y las relaciones me transforman. El discípulo que acompaña a Andrés no tiene nombre, es anónimo. Puedes ser tú, puedo ser yo, el compañero de Andrés. Si fueras tú, ¿por qué razón te pondrías a caminar tras los pasos de Jesús? Y… cuando él te pregunte, ¿qué buscas?; ¿qué le responderías tú? Piénsalo, es tu oportunidad.

Los discípulos y Jesús: Descubren dónde mora Jesús y se quedan morando con Él. Morar con Él es relacionarse con los que Él se relaciona, amar a los que Él ama, estar con los que Él está, es ir educando la sensibilidad para vivir como Él. Es tener sus mismos sentimientos, hacer nuestro su proyecto. Andrés hizo experiencia de morar con Jesús y testimonia esta experiencia única a su hermano y este, después de sentirse, mirado/habitado por Jesús, se queda con Él. El encuentro con Jesús te cambia.


Tengamos en el porvenir más cuidado del que hemos tenido hasta ahora de mantener nuestra alma, en cierto modo, entre nuestras manos, bajo los ojos de Dios, para que no obre más que por su Espíritu y por el movimiento de su gracia. (Antología p.136)

Y de repente, aquí, algo ha cambiado,
la habitación, tiene otro color
Y de repente, hay más aire,
hay más luz alrededor
y resulta, que no lo he hecho yo.

Dejé mis manos, dejé mis pies,
en tu regazo y me fié,
ya no podía más,
ya tan cansada de lo mío lo solté…

Y probé a hacer a tu manera,
y probé a dejarte hacer en mí.
Y por un momento
lo que siempre fue imposible en mí,
de pronto y por tu gracia… sucedió.

Al despojarme, al consentir
que tu caricia hiriera el corazón,
vi la vida moverse,
y alegre empezar a palpitar.

Y pude ser escucha donde otras veces
sólo quise reprochar.
Fue tu misericordia,
fue por tu amor que pude yo amar.

Me diste manos, me diste pies,
así volcado en mi pequeñez.
Y es hoy que cantaré
y alabaré tu gran fidelidad.

Porque puede ser a tu manera,
porque puedes tú donde nunca pude yo,
porque en cada cruz que acepto hoy
y abrazo diciéndote «sí»,
salvándome, tan cierto, reinas tú.