San Arnoldo Janssen

1ª Samuel 15, 16-23
Salmo 49, 8-9. 16-17. 21-23

Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos, fueron a decirle a Jesús: ¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?
Jesús les respondió: ¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo.
Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!

De la misma manera que Jesús dio mucha importancia al hecho de que la comida compartida, “la comensalía”, fuera respetada y no le faltase a quien la necesitaba, sobre todo a los pobres, igualmente Jesús no le dio importancia al ayuno, a la privación de alimentos por motivos religiosos, lo cual le generó hartos conflictos con la religión oficial. El ayuno se basa en la convicción según la cual a Dios le agrada el sufrimiento humano, expresa la fe en un Dios- tirano, que se complace en la carencia. Los discípulos de Juan y los fariseos pensaban que agradaban así a Dios.

Los judíos practicaban dos tipos de ayunos. El ayuno obligatorio, que se hacía el día de la Expiación o Yom Kippur (Lev 16,29-31; 23,26-29) y los ayunos voluntarios adicionales, que expresaban la devoción de los más fieles a la religión. Tales ayunos eran programados por los rabinos y por los fariseos. El ayuno al que hace referencia este relato era de los voluntarios. La postura de Jesús y de sus discípulos indica que ninguno de ellos ponía su religiosidad en estas prácticas ni es estos ritos que solo sirven para sufrir uno mismo, sin utilidad para los demás. La boda simboliza la fiesta de la vida, y el ayuno, por lo que tiene de privación, es símbolo de muerte. Jesús está de parte de la vida, y así lo demuestra los numerosos relatos de mesas compartidas. (Zaqueo, Mateo, Marta y María…)

Pero Jesús va más lejos. Con las dos imágenes, la del remiendo y la del vino en los odres, Jesús afirma que no se puede ir por la vida haciendo componendas, intentando una síntesis entre lo antiguo (la religión “oficial”), que carga pesadas normas a los más pequeños, y lo nuevo (El reino, las bienaventuranzas), que se vive siendo feliz y contagiando felicidad a los demás. ¿Desde dónde queremos vivir?


“Pidamos a Dios, con humildes y continuas oraciones, que nos dé la inteligencia del corazón, sin la cual no podemos comprender nada de sus divinas lecciones ni penetrar en sus misterios; pídele por mí, como yo le pido por ti, querido amigo, que seamos del número de esos pequeños a los que se digna instruir él mismo y a quienes se complace en revelar sus secretos” (Carta a Bruté del 2 de marzo de 1809)


No se pone vino nuevo en odres viejos
y no se pone una lampara en el suelo.
Hijo mío, tu obediencia es lo que quiero
y que camines en el reino de los cielos.

Vino nuevo, en odres nuevos,
vino nuevo, en odres nuevos.
Tu presencia en mí yo llevo.

Él me ha dado todo lo que necesito
para reflejar su gloria en todo sitio,
y para usar la autoridad que él me ha otorgado
por la victoria que él gano sobre el pecado.