Jueves de la 2ª semana durante el año

1ª Samuel 18, 6-9.; 19,1-7
Salmo 55, 2-3. 9-13

Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea.
Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón.
Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.
Como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo.
Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: ¡Tú eres el Hijo de Dios!
Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.

Después del conflicto en la sinagoga, Jesús se retira a orillas del mar. Quiere tomar distancia, objetivarse. La gente lo sigue y vienen a él de muchos lugares.

Unos planifican cómo acabar con él y otros encuentran en Él la vida, la salud, el sentido, la liberación de los espíritus que los oprimen. Los malos espíritus reconocen que Jesús es el Hijo de Dios, pero los fariseos y herodianos ven en Él a un enemigo, que, al ir más allá de la Ley, está tocando corazones y poniendo pies en movimiento. Sus palabras y sus signos obligan a posicionarse: unos quieren tocarlo, otros se tiran a sus pies, ellos quieren matarlo.

La gente sencilla del pueblo lo reconoce por sus signos. Se siente querida por este hombre humilde que les habla del Reino de Dios, del amor a los demás, del perdón. No impone pesadas reglas y no parece preocuparle si ellos son buenos o no. A todos recibe, con todos habla, a todos cura.

Para una época tan dura, su presencia tuvo que ser una bocanada de aire fresco. Acostumbrados al maltrato, al desprecio, al cumplimiento a rajatabla que imponía la religión, el que alguien los acepte, quiera y ayude sin pedir nada a cambio, que los llame hermanos, hijos queridos de Dios, dignos de la vida eterna junto al Padre, debe haber sido para aquella gente una novedad maravillosa. Nuestro mensaje ¿tiene algo de esto?


Admiremos aquí el entusiasmo de los judíos por escuchar la palabra de Dios. Van en multitudes hacia el que se las anuncia; … Él les hace ver que la verdadera felicidad del hombre consiste en escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica. Su predicación es apoyada por sus ejemplos y milagros. ¿Los cristianos muestran el mismo celo, el mismo afán por escuchar la palabra divina? Lejos de correr en multitudes como los judíos, de quienes habla el evangelio de este día, ¿no los vemos a menudo corriendo en multitud fuera de nuestros templos, cuando nos ven subir al púlpito?” (S. sobre la Palabra de Dios)

Tu palabra
es como aceite sobre mis heridas,
es el agua en el desierto
y el calor en el invierno.

Tu palabra
es la voz que me habla en la mañana,
es mi consejo cada día
y en las pruebas quien me guía.

Podría estar perdido
como un náufrago en el mar
y aún perderlo todo hasta el aliento.
Podría estar hambriento
como un niño sin hogar,
pero yo sé que tu palabra
siempre a mí me sostendrá.

Tu palabra
es como dulce miel para mis labios,
es la perfecta melodía
que me deleita cada día.

Tu palabra
es mi refugio en medio de las pruebas.
En la tristeza es mi alegría,
en soledad mi compañía.