Humildad

Les he dicho a menudo, que preferiría no tener más que tres hermanos muy humildes a trescientos que no tuvieran el espíritu de su estado. No será el número quien haga la fuerza de la congregación, sino la humildad (apuntes del Hno. Luis de un sermón del fundador en 1823)

Dios mío, que tu voluntad sea siempre la mía.
No tengo más que un solo deseo,
No oponer jamás la menor resistencia
A lo que pidas de mí.
¡Me entrego a ti completamente!
Haz lo que quieras de esta pobre criatura.

Amén

¡Ay, cómo duele ser humilde!
¡Ay, cómo duele ser así!
Incomprendido por aquellos que no entienden
que no saben ni comprenden, este don en mí

Como Doña Ingrata, con su gran cuenta en el banco
Con toda su lana (plata) compró conciencia de tantos
que ahora sólo falta que quiera comprar al Espíritu Santo

Como Don Cacique, entre los ciegos el gran tuerto
Él es quien dirige y ¡ay de aquél que le replique!
Es tanto que puede terminar dándole órdenes a Dios

Cuidado mi amigo con esto de la humildad
Sólo sé tú mismo, lo demás es un disfraz
La humildad es simple y hace grande el corazón
El orgullo no pasa de ser una hinchazón

Como Don Sufrido, que se la pasa a queja y llanto
porque nada sale y es la víctima de tantos
Cree que con sus penas se ha ganado la gran lástima de Dios

Como aquel cantante que se siente el gran Sinatra
Viejo o principiante es igual, mete la pata
pues aquel a quien representaba
es justo a quien sustituyó.

Antífona 1:
Estén en la mano de Dios como pequeños niños muy humildes, muy dóciles, muy sencillos que se dejan llevar, traer, levantar, acostar.

Salmo 24
Oración por todas clases de necesidades

A ti, Señor, levanto mi alma;
Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado,
que no triunfen de mí mis enemigos;
pues los que esperan en ti no quedan defraudados,
mientras que el fracaso malogra a los traidores.

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador,
y todo el día te estoy esperando.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
no te acuerdes de los pecados
ni de las maldades de mi juventud;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
Por el honor de tu nombre, Señor,
perdona mis culpas, que son muchas.

¿Hay alguien que tema al Señor?
Él le enseñará el camino escogido:
su alma vivirá feliz,
su descendencia poseerá la tierra.

El Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza.
Tengo los ojos puestos en el Señor,
porque él saca mis pies de la red.

Mírame, ¡oh Dios!, y ten piedad de mí,
que estoy solo y afligido.
Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones.

Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados;
mira cuántos son mis enemigos,
que me detestan con odio cruel.

Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti.

Salva, ¡oh Dios!, a Israel
de todos sus peligros.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Sugerencia: compartir algún verso del salmo que exprese mi experiencia de Dios.

Antífona 1:
Estén en la mano de Dios como pequeños niños muy humildes, muy dóciles, muy sencillos que se dejan llevar, traer, levantar, acostar.

Antífona 2:
El orgullo es un poder de destrucción; echa abajo, en el fondo del corazón del hombre, la obra del mismo Dios.

Salmo 130
Abandono confiado en los brazos de Dios

Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2:
El orgullo es un poder de destrucción; echa abajo, en el fondo del corazón del hombre, la obra del mismo Dios


Mi objetivo en esta instrucción no es, pues, el demostrarles la excelencia de esta virtud, que ya Jesucristo nos ha dado a entender por sus sufrimientos y de una manera tan evidente, que es infinitamente preciosa y santa a sus ojos. No duden de ello, mis queridos hermanos; pero tengo miedo, y quiera Dios que mis temores no sean fundados, tengo miedo de que en su conducta diaria, el orgullo, la presunción y la vanagloria dominen sus acciones y les quiten el mérito. Recojámonos, y que cada uno tome la firme resolución de corregirse.

Antífona:
Es preciso, además, no inquietarse por el desprecio y soportar en paz e incluso con alegría, si se puede, las pruebas de humillación a las cuales uno está expuesto.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la familia de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por la boca de sus santos profetas.

Despertad, preparáos,
rompiendo las tinieblas viene el sol;
despertad, preparáos,
la salvación nos visita
y se encarna en nuestro pueblo.

Es la Salvación que nos libera
de nuestros enemigos y del poder del mal,
nos sostiene con su misericordia
con la que bendijo a nuestros padres,
porque Él recuerda siempre su Alianza
y el juramento que juró a Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia
en su Presencia, toda nuestra vida.
Y tú, Juan, serás llamado ‘profeta del Altísimo’
porque irás delante de Él preparando el camino,
anunciando a su pueblo la Salvación
y el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios
nos visitará el sol que nace de lo alto
para que su luz alumbre a los que viven
en las tinieblas y en sombras de muerte
para guiar, siempre, nuestros pasos,
por el camino de su paz.

Antífona:
Es preciso, además, no inquietarse por el desprecio y soportar en paz e incluso con alegría, si se puede, las pruebas de humillación a las cuales uno está expuesto.

A cada intención respondemos:

Danos, Señor, el espíritu de humildad.

-. Que no nos preocupemos si los demás tienen o no, una alta idea de lo que podemos hacer o de lo que somos.

-. Que no nos avergoncemos de la cruz que llevamos al pecho y que esta se vea en nuestras escuelas

-. Que seamos conscientes que por la cruz somos grandes y que gracias a ella somos alguien en Jesucristo.

-. Que siempre valoremos a los demás como más dignos y vivamos en actitud de servicio solidario.  

-. Que siempre tengamos ante nuestros ojos la manera de actuar de Jesús y que nunca rechacemos las cruces que se nos presentan.

-. Que la humildad sea estimada por todos como la virtud que nos da el parecido contigo.

Te alabamos Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.