Beata Laura Vicuña

2ª Samuel 5, 1-7. 10
Salmo 88, 20-22. 25-26

Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios.
Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: ¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás?
Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir, Y una familia dividida tampoco puede subsistir.
Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llega a su fin.
Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran.
Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre.
Jesús dijo esto porque ellos decían: Está poseído por un espíritu impuro.

Ocurre con frecuencia que, cuando una persona o colectivo de gente no encuentra respuesta ante los hechos que no pueden soportar, la solución suele ser echar mano del insulto, el ataque, o incluso la agresión al que se ve como enemigo. Esto es lo que exactamente hicieron los letrados con Jesús, frente a los signos sanadores de Jesús, que los propios letrados no entendían y no podían hacer.

La respuesta de Jesús no fue echarles en cara su fanatismo, su ceguera y maldad. Sino exponer su propia contradicción en la que vivían. La pasión por una idea puede cegarnos para pensar en armonía. No los amenaza con el pecado, ni con la condenación. Jesús pone en evidencia su ceguera. Solo veían lo que les interesaba, según el fanatismo en el que vivían.

Lo que Jesús destaca no es “el problema religioso” de aquellos hombres, sino el problema humano, que les cegaba. Y cuando un ciego quiere guiar a los demás, es un desastre y hasta ridículo. Esto es lo que queda más patente en este relato. Nuestros apasionamientos y fanatismos son el origen de nuestras cegueras y desvaríos en la vida.


Hijos míos, tienen que librar grandes combates en estos días malos; el demonio que el santo evangelio llama el espíritu fuerte desatado se ha desencadenado contra nosotros… ¿Cómo triunfarán en esta guerra?… Es nuestra fe la que vencerá al mundo; ahora bien, nuestra fe es no conocer más que a Jesucristo y a Jesucristo crucificado” (S.VII. p.2294)

Cada sueño que tanto anhelé
lo entrego hoy ante tus pies.
Esos momentos que me desvié
sé que no cambian lo que en mi ves.
Quedé cansada de tanto luchar.
En tu presencia quiero descansar.
Poderoso, Rey Vencedor
no importa lo que enfrente, aquí estarás.

Aun cuando no se mueven los montes frente a mí.
Aun cuando no se abren las aguas hoy aquí.
Aun cuando no hay respuesta de mi clamor a ti,
confiaré, confiaré, confiaré en ti.

En ti se encuentra mi principio y fin.
No hay día frente a mí que tu no ves.
En todo sé mi vida y respirar,
Quiero tu voluntad y nada más.

Aun cuando no se mueven
los montes frente a mí,
aun cuando no se abren
las aguas hoy aquí,
aun cuando no hay respuesta de mi clamor a ti,
confiaré, confiaré, confiaré en ti,
confiaré en ti.

Mi fuerza, mi reposo,
el que me sostendrá.
Eres mi fundamento, mi roca en tempestad.
Tus sendas son más altas, tus planes son de bien.
Sé que a donde me lleves has estado también.