2ª Samuel 7. 4-17Salmo 88, 4-5. 27-30
Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla.Él les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba: ¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar.Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron.Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó.Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto.Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno.Y decía: ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas.Y Jesús les decía: A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón.Jesús les dijo: ¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?El sembrador siembra la Palabra. Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría; pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno.
Hoy pensemos en lo que hace el Señor: Él viene siempre a sostenernos en nuestra debilidad y esto lo hace con un don especial: el don de fortaleza.Esta parábola, relatada por Jesús, nos ayuda a captar la importancia de este don. Un sembrador salió a sembrar; sin embargo, no toda la semilla que esparció dio fruto. Lo que cayó al borde del camino se lo comieron los pájaros; lo que cayó en terreno pedregoso o entre abrojos brotó, pero inmediatamente lo abrasó el sol o lo ahogaron las espinas. Sólo lo que cayó en terreno bueno creció y dio fruto.Como Jesús mismo explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su Palabra. La semilla, sin embargo, se encuentra a menudo con la aridez de nuestro corazón, e incluso cuando es acogida corre el riesgo de permanecer estéril. Con el don de fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de las incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa. Es una gran ayuda este don de fortaleza, nos da fuerza y nos libera también de muchos impedimentos. (Papa Francisco, 14 de mayo de 2014).Aún en invierno el campo sigue dando sus frutos. Nadie ve la acción lenta, pero segura, del germinar de las semillas sembradas. Eso no es ningún pretexto para decir que no se recogerá nada durante la cosecha. Los frutos se ven a su tiempo y hay que saber esperarlos.La semilla sembrada en este pasaje es la Palabra de Cristo. El mismo nos explica el significado de la parábola. No tenemos que quedarnos sólo con el significado, tenemos que bajarlo a la propia vida. Hay que ver cuántas veces recibimos la semilla y ha dado su fruto. Cristo nos da la oportunidad de ver cómo estamos correspondiendo a su llamado, cómo lo hacemos parte de nuestra propia vida.Si queremos que la semilla dé el fruto más abundante hay que poner en práctica todos los consejos que Cristo mismo nos ha dado. Y lo primero es acogerla todos los días, preservarla contra las manos del maligno, e irla cuidando todos los días, hasta que dé su fruto. Hay que dar el cien por ciento de los frutos que Dios quiere de nosotros, así estaremos más cercanos a la felicidad.
Anímense mutuamente a emplear desde ahora los días que les quedan en la tierra, a sembrar mucho, con el fin de recoger abundantemente en el cielo. Para esperar alcanzar este final de nuestra esperanza común, y que es el fin de nuestros penosos trabajos, reafirmémonos más y más en la gracia, en la paz, en la caridad y en la humildad de Nuestro Señor. (última circular a los hermanos, 1860)
Tu Palabra es una lámpara a mis piesy una luz que alumbra a mi ser.Cuando tengo miedopienso que estoy perdida,aún ahí tú estás.Nada temeré mientras tú estés aquí,acompáñame hasta el final.A pesar de tu amora veces tengo dudas.Te ruego Jesús: Sé mi guía.A tu lado quiero andary amarte hasta el fin.Por favor, perdóname.