San Blas

1º Reyes 3, 4-13
Salmo 118, 9-14

Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco. Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer.
Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.  Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.

Jesús invita a los suyos a retirarse a un lugar desierto para tener un momento de intimidad con ellos. Quería que le contaran tranquilos lo que habían hecho y enseñado. Necesitaba evaluar la experiencia de misión vivida. Y allá parten.

La gente se anticipa y llega antes que ellos al lugar. Jesús desembarcó. Vio la muchedumbre y se compadeció y estuvo enseñándoles largo rato. No se enojó con ellos porque le arruinaron el día de camping, no se puso a protestar, tampoco se quedó en la barca lamentándose. Bajó, se hizo cargo de la situación.

Los apóstoles, por el contrario, no aparecen en escena. Sólo hacen acto de presencia al final de la tarde, para pedirle que los despida. La gente les había arruinado el día. Esperaban que al menos le quedase libre la tardecita para disfrutar del fresco y de algo para picar.

También nosotros, a veces, planificamos hacer tal o cual cosa y no siempre podemos. ¿Cómo reaccionamos cuando nos rompen los planes, los proyectos, cuando nos cambian las cosas? ¿Como Jesús o como los apóstoles que se quedaron aparte?


Oh Dios mío, acaba tu obra; salva a estos niños que te son tan queridos. Tú los has rescatado con el precio de tu sangre; de buena gana daremos la última gota de la nuestra para salvarles. Pobres niños, les amaremos tanto más cuanto mayores sean los peligros que los amenazan. Contaremos una a una estas tiernas ovejas que has puesto bajo nuestra custodia y las defenderemos de los ataques, sin cesar renovados, a los que están expuestos. Oh Dios mío, protégelos, protégenos a todos; no esperamos nada de los hombres; en Ti solo está nuestra esperanza; no será confundida» (S. VII)

Bienvenida tu misericordia.
Bienvenida tu consolación.
Bienvenida tu dulce presencia.
Bienvenido seas, Señor.

Tú no te tardarás.
Tú nos defenderás.
Tú, nuestras lágrimas, enjugarás.
Tú nos sorprenderás.
Tú, buen refugió serás.
Tú, nuestras lágrimas, enjugarás.