San David Galvan

2º Samuel 18, 9-10. 14. 24-26. 31-32
Salmo 85, 1-6

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva.
Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.
Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: Con sólo tocar su manto quedaré curada.
Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: ¿Quién tocó mi manto?
Sus discípulos le dijeron: ¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?
Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a los pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?
Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: No temas, basta que creas.
Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
Al entrar, les dijo: ¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme.
Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.
La tomó de la mano y le dijo: Talitá kum, que significa: ¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.

Jesús viene de ser rechazado por los gadarenos, por miedo y porque los dejó sin cerdos. Sin embargo, aquí lo espera ansiosamente la gente que quiere alivio a sus dolores. Y uno de ellos es Jairo, “uno de los jefes de la sinagoga”.
Recordemos que tiempo atrás Jesús había estado presente en las sinagogas y que lo habían atacado fuertemente porque no le daba al sábado la importancia que ellos le daban. Para él era más importante el bien de la gente. Por eso se había retirado prudentemente. Ahora vuelve.

A un jefe de la sinagoga de Cafarnaúm no le habrá sido fácil decidirse a recurrir a Jesús, ese maestro rebelde que no parecía encuadrarse dentro de la sana doctrina mosaica. Quizás, como Nicodemo, creía en Jesús, pero habrá tenía miedo también de sus correligionarios. Pero de por medio estaba la vida de su hija.  Y he ahí al padre implorando por su querida niña moribunda, de rodillas a los pies del maestro, sin importarle el ‘qué dirán’. Jesús podía haber hecho como con el centurión, con una palabra curarla a distancia. Pero en esta ocasión decide acompañar a este hombre hasta su casa, acompañarlo en su dolor, en su esperar contra toda esperanza la salvación de la hija.

En el camino otra persona, llena de dolor y también de fe en el poder salvador de Jesús, recurre a él, con miedo, desde atrás, tocando apenas su manto. Todo un signo de sentimiento de indignidad, pero con una gran confianza en que Dios también tiene ojos para ella. No es jefa de nada, gastó su dinero en falsas esperanzas y pierde día a día su vida en una hemorragia incesante. Jesús es sensible a esas actitudes, no se le pasan desapercibidas. Se detiene y cura. Y la llama hija.

Ojalá seamos sensibles como Jesús frente al dolor de los demás. Ojalá nos demos cuenta a tiempo, no lo dejemos pasar, acompañemos, nos hagamos presente. Y pidamos a Dios el valor y la fe de estas dos personas, que ponen toda su esperanza en Él.


La obra de Dios no depende de un hombre o de otro, no depende más que de Dios y en El debemos poner toda nuestra confian­za. Tengamos fe y no nos dejemos turbar por vanos temores.” (Al H. Ambrosio, 27 de noviembre de 1848)

Nuestros corazones insaciables son
hasta que conocen a su Salvador.
Tal y como somos nos amó.
Hoy nos acercamos sin temor.

Él es el agua que al beber
nunca más tendremos sed
¡Jesucristo basta!
Mi castigo recibió
y su herencia me entregó.
¡Jesucristo basta!

Fuimos alcanzados por su gran amor.
Con brazos abiertos nos recibe hoy.
Tal y como somos nos amó.
Hoy nos acercamos sin temor.

Ahora hay un futuro y esperanza fiel.
En su amor confiamos, hay descanso en Él.