San Juan Bosco

2º Samuel 24, 2. 9-17
Salmo 31, 1-2. 5-7

En aquellos días Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros? Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
Por eso les dijo: Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.

La página del Evangelio de hoy nos presenta a Jesús que regresa a Nazaret y el sábado comienza a enseñar en la sinagoga. Desde que se fue y empezó a predicar por los pueblos y aldeas cercanas, nunca había puesto pie en su tierra natal. Ha vuelto. Por lo tanto, todo el pueblo había ido a escuchar a este paisano, cuya fama de sabio maestro y poderoso sanador se extendía ya por toda Galilea y fuera de ella.

Pero lo que podía perfilarse como un éxito, se convirtió en un rechazo clamoroso hasta el punto de que Jesús no pudo hacer allí ningún prodigio, sino solo unas pocas curaciones. La dinámica de ese día es reconstruida en detalle por el evangelista Marcos: la gente de Nazaret primero escucha y se queda asombrada; luego se pregunta perpleja: «¿De dónde le viene esto?», ¿esta sabiduría? y al final se escandaliza, reconociendo en él al carpintero, al hijo de María, a quien han visto crecer. Por lo tanto, Jesús concluye con la expresión que se ha convertido en proverbial: «Un profeta sólo en su patria carece de prestigio».

Nos preguntamos: ¿Por qué los paisanos de Jesús pasan de la maravilla a la incredulidad? Comparan el origen humilde de Jesús con sus capacidades actuales: es carpintero, no ha estudiado y, sin embargo, predica mejor que los escribas y hace milagros. Y en lugar de abrirse a la realidad, se escandalizan. Según los habitantes de Nazaret, ¡Dios es demasiado grande para rebajarse a hablar a través de un hombre tan simple! Es el escándalo de la encarnación: el evento desconcertante de un Dios hecho carne, que piensa con mente de hombre, trabaja y actúa con manos de hombre, ama con un corazón de hombre, un Dios que trabaja, come y duerme como uno de nosotros. El Hijo de Dios da la vuelta a cualquier esquema humano: no son los discípulos los que lavan los pies del Señor, sino el Señor el que lava los pies a los discípulos (Jn 13, 1-20). Esta es causa de escándalo e incredulidad no solo en aquella época, en todas las edades, incluso en nuestros días.

La inversión que hace Jesús compromete a sus discípulos de ayer y de hoy a una verificación personal y comunitaria. También en nuestros días puede suceder que alimentemos prejuicios que nos impiden captar la realidad. Pero el Señor nos invita a asumir una actitud de escucha humilde y de espera, porque la gracia de Dios se nos suele presentar de una manera sorprendente, que no corresponde a nuestras expectativas. Pensemos juntos, por ejemplo, en la Madre Teresa de Calcuta. Esa monjita pequeña, -a la que nadie daba importancia- que iba por las calles para llevarse a los moribundos para que tuvieran una muerte digna. ¡Esa monjita con la oración y su obra hizo maravillas! La pequeñez de una mujer revolucionó la obra caritativa en la Iglesia. Es un ejemplo de nuestros días. Dios no se ajusta a los prejuicios.

Debemos esforzarnos por abrir el corazón y la mente, para acoger la realidad divina que nos sale al encuentro. Se trata de tener fe: la falta de fe es un obstáculo para la gracia de Dios. Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera: los gestos y signos de fe se repiten, pero no corresponden a una verdadera adhesión a la persona de Jesús y a su Evangelio. Cada cristiano – todos nosotros, cada uno de nosotros – está llamado a profundizar en esta pertenencia fundamental, tratando de dar testimonio de ella con una forma de vida coherente, cuyo hilo conductor sea siempre la caridad.

Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, que derrita la dureza de los corazones y la estrechez de las mentes, para que estemos abiertos a su gracia, a su verdad y a su misión de bondad y misericordia que está destinada a todos, sin excepción. (Papa Francisco 8/7/2018)


Si tuviera que hacer un sermón sobre la religión, sin duda hablaría de Jesucristo, de la sabiduría de sus leyes, de la profundidad de sus máximas, de la excelencia de sus preceptos, de la sublimidad de su doctrina. (A 371)

Antes que te formaras
dentro del vientre de tu madre,
antes que tú nacieras,
te conocía y te consagré
para ser mi profeta de las naciones
yo te escogí.
Irás donde te envíe,
lo que te mande proclamarás.

Tengo que gritar, tengo que arriesgar,
¡Ay de mí si no lo hago!
Cómo escapar de ti, cómo no hablar
si tu voz me quema dentro.
Tengo que hablar, tengo que luchar.
¡Ay de mí si no lo hago!
Cómo escapar de ti, cómo no hablar,
si tu voz me quema dentro.

No temas arriesgarte,
porque contigo yo estaré.
No temas anunciarme,
porque en tu boca yo hablaré.
Te encargo hoy mi pueblo
para arrancar y derribar,
para edificar, destruirás y plantarás.

Deja a tus hermanos,
deja a tu padre y a tu madre.
Abandona tu casa
porque la tierra gritando está.
Nada traigas contigo
porque a tu lado yo estaré.
Es hora de luchar
porque mi pueblo sufriendo está.