Lunes de la 6ª semana durante el año

Santiago 1,1-11
Salmo 118, 67-68. 71-72. 75-76

Llegaron unos fariseos, que comenzaron a discutir con Jesús y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo.
Él, suspirando profundamente, dijo: ¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo.
Y volvió a embarcarse hacia la otra orilla.


Lo que piden los fariseos, los observantes de la religión, es “un signo del cielo”. Es no fiarse de Jesús, y por supuesto no creer en él. Los “hombres de la religión” veían en Jesús un “hombre de la tierra”. La “religión oficial” no se fía de lo humano y solamente pone su seguridad en lo “divino”.

Pero esto es lo que indignaba a Jesús: para Jesús pedir estos “signos” es una perversión (Mc 8,12; Mt 16,4; Mt12,39) ¿Por qué esta reacción de Jesús? Sencillamente, quien solo se fía del “cielo” y de los signos divinos, demuestra que no cree en lo humano. Y, por lo tanto, no se fía de nada ni de nadie en este mundo. Lo cual quiere decir que un ser deshumanizado. Esto es más frecuente de lo que a uno le gustaría. Porque la religión al dar tanta importancia a Dios y a lo divino, lo celestial, y lo angélico, termina por maltratar a lo humano y a los humanos. Por eso es tan escandaloso las religiones que no defienden, ni aprueban los derechos humanos, ni de esos derechos sacan consecuencias que deberían deducir para la vida y la conciencia humana.

Cuando los evangelios hablan de “esta generación” se habla de la gente sin fe, que no tiene buenas intenciones. Para Jesús son personas sin fe, y que no son de fiar. Por eso Jesús los dejó, y se fue a otra parte. Las personas que solo se fían de lo extraordinario, de lo celestial, son gente que sitúa lo importante de la vida no en lo normal ni en lo cotidiano. Pero Jesús quiere “la honradez y la bondad en la vida ordinaria”. Esto es lo importante. ¿Qué es lo realmente importante para ti?


Vengan y unamos nuestras fuerzas; pongamos nuestros corazones el uno en el otro; y siguiendo la expresión de la Sagrada Escritura, coloquémonos como ejército en orden de batalla delante de los enemigos de Cristo; la cruz sobre el pecho, avancemos contra ellos; venceremos por este signo.

En lo profundo
no hay nada que no sea sorprendente.
Y sin embargo
bajamos tan a poco, y pocas veces.

Acomodamos
el pulso a la presión de la rutina.
Nos distanciamos
del fondo y del origen de los días…
Y no bajamos, y no bajamos, y no bajamos.

Nos olvidamos del sentido de la Vida,
del propio barro, del primer atardecer…
Y amontonamos un sinfín de tonterías,
buscando en lo que creer.

En lo profundo
no hay nadie que no sea diferente,
pero a menudo
mostramos sólo aquello que no duele.

Desdibujados
detrás de multitud de vanidades…
Tristes, sin sueños,
ajenos al Amor… superficiales.
Y no bajamos, y no bajamos, y no bajamos.

Nos olvidamos del sentido de la Vida,
del propio barro, del primer atardecer…
Y amontonamos un sinfín de tonterías,
buscando en lo que creer.

En lo profundo
no hay nada que no sea sorprendente…