Martes de la 6º semana durante el año

Santiago 1, 12-18
Salmo 93, 12-15. 18-19

Jesús volvió a embarcarse hacia la otra orilla.
Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca.
Jesús les hacía esta recomendación: Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.
Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan.
Jesús se dio cuenta y les dijo: ¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?
Ellos le respondieron: Doce.

Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron? Ellos le respondieron: Siete.
Entonces Jesús les dijo: ¿Todavía no comprenden?

En el evangelio de hoy Jesús concluye con esta pregunta: “¿Todavía no comprenden”? Se trata de una advertencia contra la actitud de los fariseos y de Herodes que, aunque viendo signos, no entendían, no querían entender, tenían el corazón puesto en otro lado.

Cuantas veces porque estamos lejos de la mirada del Señor, miramos con una mirada demasiado baja, demasiado nuestra y entonces se nos pasan por largo las señales, los gestos que Dios va haciendo en nuestra vida. Dios no es un ser lejano y, por tanto, nosotros tenemos que considerar que la providencia de Dios nunca nos abandona y que ella misma nos ayuda a dirigirnos a Él, no como alguien indiferente y frio, sino como un Padre, que está pendiente de cada una de nosotros y que ha puesto un ángel para que nos guarde en todos nuestros caminos, como dice la Sagrada Escritura. Por eso la pregunta: “¿Todavía no comprenden”? del evangelio de hoy es también para mí, para cada uno de nosotros…

La serenidad que esta verdad comunica nuestro modo de ser y de vivir, no está en cerrar los ojos a la realidad, sino en verla con optimismo, porque confiamos siempre en la ayuda de nuestro Padre del cielo y porque sabemos que hasta los pelos de nuestra cabeza están contados.

Nosotros tenemos que saber ver la realidad con los ojos de Dios, tenemos que saber mirar lo que nos pasa desde la óptica del Señor y en tantas situaciones que no sabemos para qué lado rumbear, que camino tomar preguntarnos: ¿Que haría el Señor en nuestro lugar?

Si de verdad nosotros amamos a Dios, todo lo que nos pase, aunque sea muchas veces inesperado, negativo, será ocasión para que mejoremos y para que estén más cerca de Él. Una paz sin sombras de intranquilidad, alegría permanente pase lo que pase, suceda lo que suceda, todo es para bien.

Que el Señor los bendiga y los proteja, los cuide, los ayude, les dé las gracias que más necesiten y ante momentos de incertidumbre, preguntarnos con el texto del evangelio de hoy, lo que Jesús entonces les dice: “Todavía no comprenden?”


Ahora bien, ¿qué medio emplear para curar este mal, allí donde existe, o para prevenirlo allí donde no existe todavía? No hay otro, hermano mío, que buenas escuelas, es decir, escuelas verdaderamente cristianas, piadosas, asilos en los que la religión acoge a la infancia, donde ella le distribuye con sus manos divinas el pan de la instrucción, no menos necesario a las almas que el pan material para el cuerpo; donde les forma en la práctica de las amables y dulces virtudes que hacen el encanto de la primera edad y la dicha de las otras; donde le da la inteligencia de las altas verdades encerradas en el catecismo que el Hijo de Dios ha querido enseñar a los hombres y que no ha permitido a ninguno de ellos ignorar. (A.308)

Comenzaste a hacerte pan en Belén,
sol pequeñito en nuestra noche.
Aprendiste en Nazaret de ellos dos
el gesto manso de la entrega.

Pibe que en Jerusalén
te abrazaste de una vez,
a las cosas de tu padre.
Debe tu cuerpo crecer
para poderse ofrecer
como pan a nuestro hambre.

Mi Cuerpo es esto, (Soy yo)
mi Sangre es esta, (Soy yo)
que por ustedes doy.
Coman y beban, (Soy yo)
crean y vivan (Soy yo)
que para siempre soy.
Soy yo, soy yo …

Se multiplicó tu amor, se partió.
Todos saciados aún sobraba.
Se mostró tu intimidad: Eres pan
que sólo vive por donarse.

Noches de Jerusalén
Cristo-Pan, entrégate.
Eres tú nuestro cordero,
cena, huerto, beso y cruz.
Y tu entrega, Pan-Jesús,
fue más fuerte que el madero.