Martes de la 2ª semana de Cuaresma

Isaías 55, 10-11
Salmo 33, 4-7. 16-19

Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados.
No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.
No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes.
Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

Nuestra oración es muy a menudo, una petición de ayuda en momentos de necesidad. Y esto es normal para el hombre porque necesitamos ayuda, necesitamos de los demás, necesitamos de Dios. Así es que para nosotros es normal pedirle algo a Dios, buscar su ayuda; y debemos tener en cuenta que la oración que el Señor nos enseñó: el «Padre nuestro» es una oración de petición, y con esta oración el Señor nos enseña la importancia de nuestra oración, limpia y purifica nuestros deseos, y de este modo limpia y purifica nuestro corazón. Así es que, si de por sí es algo normal que en la oración pidamos alguna cosa, no debería ser siempre así.

Hay también ocasión para dar gracias, y si estamos atentos, veremos que recibimos de Dios tantas cosas buenas: es tan bueno con nosotros que conviene, es necesario, darle gracias. Y esta debe ser también una oración de alabanza: si nuestro corazón está abierto, a pesar de todos los problemas, apreciamos también la belleza de su creación, la bondad que nos muestra en su creación.

Un hijo tiene «algo» que su padre no puede resistir, sin poder explicar bien por qué. Así es esto de ser padre. A Dios también le pasa. Cristo nos pasó el secreto, al enseñarnos a orar, empezando con esa palabra mágica que lo puede todo, si la decimos con el corazón: «Padre». No importa cuántas palabras digamos. Tampoco si las frases tienen sentido o belleza literaria. Lo que a Él le importa es que somos nosotros, sus hijos, quienes nos dirigimos a Él.

Un «Padre nuestro», rezado como un acto de amor y de entrega, arranca de Dios aquello que más necesitamos. Cada una de sus palabras puede ayudarnos a hacer una nueva oración, pues contiene las verdades más profundas de nuestra fe. Que Él es nuestro Padre; y de ahí se deriva que nos ama, que nos escucha, que nos cuida, que nos espera en el cielo. Que nuestra vida tiene sentido en buscar su gloria, en instaurar su Reino en el mundo, en cumplir su voluntad. Que nos cuida de los peligros y nos da el alimento y la fuerza espiritual que necesitamos para recorrer el camino hacia ÉL.

Quizás desde muy pequeños venimos repitiendo, con mayor o menor devoción, la gran oración del cristiano. Pero sin duda, cada vez que lo hacemos, Dios «interrumpe todas sus ocupaciones» para escucharnos y atendernos como el mejor de los padres.


Exponer nuestras miserias a nuestro Padre que está en los cielos, con humilde confianza. No hacer al rezar, violentos esfuerzos por elevarnos a altas consideraciones; cuando él nos llama y nos atrae, seguir el rastro de su gracia, ir a él con la sencillez de un niño pequeño, que se deja conducir de la mano.   (Memorial 18 – 19)

En el mar he oído hoy,
Señor, tu voz que me llamó
y me pidió que me entregara
a mis hermanos.
Esa voz me transformó,
mi vida entera ya cambió
y sólo pienso ahora, Señor,
en repetirte:

Padre Nuestro, en ti creemos,
Padre Nuestro, te ofrecemos,
Padre Nuestro,
nuestras manos de hermanos.

Cuando vaya a algún lugar,
conmigo te quiero llevar,
a mi familia y a mis amigos y seguirte,
porque Tú eres el amor,
porque tu nombre es la verdad
porque jamás me cansare de repetirte:

Cuando miro alrededor,
Señor, me cuesta comprender,
me siento solo, y al hablar
me quema un grito,
se confunde con dolor,
Señor, la dicha de saber,
que estas de nuevo junto a mí;
te necesito.