Getsemaní

En estas grandes batallas que tienen brillo, uno se cree fuerte y no está triste; pero las angustias del jardín de los olivos vendrán después: mil pensamientos secretos y dolorosos agitarán, fatigarán nuestro espíritu; no sé qué cansancio se apodera de todas nuestras facultades; nos preguntamos si no  hubiéramos podido hacer el bien sin cargarnos con un fardo tan pesado, obligaciones tan molestas y en una especie de angustia, diremos también: pase de mí este cáliz  (A. 276)

Dios mío, que tu voluntad sea siempre la mía.
No tengo más que un solo deseo,
No oponer jamás la menor resistencia
A lo que pidas de mí.
¡Me entrego a ti completamente!
Haz lo que quieras de esta pobre criatura. Amén

Para que mi amor no sea un sentimiento,
tan solo un deslumbramiento pasajero.
Para no gastar mis palabras más mías
ni vaciar de contenido mi “te quiero”.

Quiero hundir más hondo mi raíz en ti
y cimentar en solidez este mi afecto,
pues mi corazón, que es inquieto y es frágil
sólo acierta si se abraza a tu proyecto.

Más allá de mis miedos,
más allá de mi inseguridad,
quiero darte mi respuesta.
Aquí estoy para hacer tu voluntad,
para que mi amor sea decirte “sí”
hasta el final.

Duermen en su sopor y temen en el huerto.
Ni sus amigos acompañan al Maestro.
Si es hora de cruz, es de fidelidades,
pero el mundo nunca quiere aceptar esto.

Dame comprender, Señor, tu amor tan puro,
amor que persevera en cruz, amor perfecto.
Dame serte fiel cuando todo es oscuro,
para que mi amor no sea un sentimiento.

No es en las palabras ni es en las promesas
donde la historia tiene su motor secreto.
Sólo es el amor en la cruz madurado,
el amor que mueve a todo el universo.

Pongo mi pequeña vida hoy en tus manos,
por sobre mis inseguridades y mis miedos.
Y para elegir tu querer y no el mío,
hazme en el Getsemaní fiel y despierto

Antífona 1:
Todo viene de la mano del Padre celestial. El cáliz que me da el Padre ¿no lo beberé?

Salmo 29
Acción de gracias por la curación de un enfermo en peligro de muerte

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado 
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.

Señor, Dios mío, a ti grité,
y tú me sanaste.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.

Toquen para el Señor, fieles suyos,
den gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto,
por la mañana, el júbilo.

Yo pensaba muy seguro:
«No vacilaré jamás.»
Tu bondad, Señor, me aseguraba
el honor y la fuerza;
pero escondiste tu rostro,
y quedé desconcertado.

A ti, Señor, llamé,
supliqué a mi Dios:
«¿Qué ganas con mi muerte,
con que yo baje a la fosa?

¿Te va a dar gracias el polvo,
o va a proclamar tu lealtad?
Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.»

Cambiaste mi luto en danzas,
me desataste el sayal y me has vestido de fiesta;
te cantará mi alma sin callarse.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1:
Todo viene de la mano del Padre celestial. El cáliz que me da el Padre ¿no lo beberé?


Antífona 2:
Oh Padre mío, este cáliz es amargo, pero eres Tú quien me lo ofrece. Lo tomo y lo beberé hasta las heces.

Morir en septiembre Mamerto Menapace

Buscando una huella me largué a los rumbos
y anduve caminos amando el tierral;
la huella se alarga, la meta no llega,
la estrella me invita a seguir, no más.

Amé los caminos que creía míos,
hoy veo que aquellos son sólo de Dios;
voy dejando amigos que toman desvíos,
misterios distintos del que tengo yo.

La historia se ensancha, la huella se estrecha,
la vida se encoge, quiere madurar;
todo mi follaje busca la semilla,
sabe que por ella ha de perdurar.

La vida no acaba bajo la cosecha,
yo sé que en mi vida, morir es callar;
creo en el mañana, tengo fe en la tierra,
ella permanece para mi trigal.

Sigo su camino buscando una tierra,
con toda mi alma quisiera ser fiel;
en cada acampada arrollo mi carpa,
no quiero taperas si no he de volver.

El que está en camino nunca se despide,
libre como el viento, saluda al pasar;
su sola querencia anida en la meta
que aún no conoce, pero alcanzará.

Todo lo que vive hacia allá camina,
sigue el mismo rumbo que camino yo;
un día el encuentro volverá a reunirme
con lo que he dejado por buscar a Dios.

¡Morir en septiembre, cuando todo estalla!
Blanquea el ciruelo, despertando en flor;
cuando el duraznero se viste de nuevo
y todo renace a mi alrededor.

Dejar el invierno como algo pasado
al que no se vuelve para nostalgiar;
meterse en la vida, brotar en la tierra
y con ella irse para el más allá.

Si busco la vida no hay otro camino.
Es duro morirse, pero hay que morir;
sangrando en la huella me voy sur adentro,
no puedo negarte de nuevo mi sí.

Antífona 2:
Oh Padre mío, este cáliz es amargo, pero eres Tú quien me lo ofrece. Lo tomo y lo beberé hasta las heces.

Sugerencia: hacer mío alguno de los versos del poema de Morir en Septiembre y compartir lo que me despierta teniendo como telón de fondo el misterio de Getsemaní como lucha entre mi querer y el querer de Dios.
 


Necesitamos espíritus maduros, capaces de tomar una decisión, que saben tomar partido, y quienes, una vez conocido el camino derecho, no se apartan de él porque encuentran un disgusto, o porque les den imprudentes consejos. Necesitamos almas fuertes, que estén por encima de un disgusto, un obstáculo, o un peligro, o de su propia debilidad. Necesitamos gente sensata, que no se conduce por capricho, sino por reglas de fe y que no comienzan a edificar para dejar el edificio sin acabar. Necesitamos hermanos llenos de espíritu de sacrificio, que no tengan más que un deseo y un pensamiento, el deseo de ganar el cielo dándose a Dios sin reserva y sin vuelta, inmolándose cada día por su gloria. Que se los coloque aquí o allá, poco les importa; que el mundo los alabe o los maldiga poco les importa. ¡Dios sólo es su divisa! (Advertencia para el retiro)

Antífona:
No lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la familia de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por la boca de sus santos profetas.

Despertad, preparáos,
rompiendo las tinieblas viene el sol;
despertad, preparáos,
la salvación nos visita
y se encarna en nuestro pueblo.

Es la Salvación que nos libera
de nuestros enemigos y del poder del mal,
nos sostiene con su misericordia
con la que bendijo a nuestros padres,
porque Él recuerda siempre su Alianza
y el juramento que juró a Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia
en su Presencia, toda nuestra vida.
Y tú, Juan, serás llamado ‘profeta del Altísimo’
porque irás delante de Él preparando el camino,
anunciando a su pueblo la Salvación
y el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios
nos visitará el sol que nace de lo alto
para que su luz alumbre a los que viven
en las tinieblas y en sombras de muerte
para guiar, siempre, nuestros pasos,
por el camino de su paz.

Antífona:
No lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú.

A cada intención respondemos:

Que se haga tu voluntad, Señor.

.- Que busque siempre hacer tu querer y no el mío.

.- Que sepamos discernir personal y comunitariamente tus planes sobre nosotros.

.- Que tu querer anime nuestro caminar personal y comunitario

.- Que cuando el dolor nos apriete miremos a la cruz buscando en ella la respuesta

.- Que no escapemos ante las situaciones de cruz, pues ellas nos purifican y asemejan al Hijo.

Bendito sea Dios, pues sin duda tendremos que sufrir en estas pruebas. Después de todo, somos discípulos de Jesucristo pobre, que fue humillado y condenado al suplicio de la cruz; considerémonos, pues, felices cuando Dios nos llame a llevar la imagen de su divino Hijo traicionado, ultrajado, crucificado; no vivamos más que de la pura fe; no toquemos la tierra más que con nuestros pies; que nuestros corazones se eleven hasta el cielo. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.