Lunes de la 2ª semana de Cuaresma

Daniel 9, 4-10
Salmo 78, 8-9. 11. 13

Jesús dijo a sus discípulos: Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes.

Para los judíos del tiempo de Jesús, Dios era el Santo por excelencia y ellos tenían como tarea imitarlo, tal como dice el libro de los Levíticos 19,2: “Sean santos, porque yo, Yahvéh, su Dios, soy santo”. Pero la santidad judía tenía mucho que ver con la pureza ritual, entendida como la no contaminación con lo impuro. Eso exigía el rechazo y el no contacto con gente considerada impura, como los paganos, leprosos, etc.

Jesús trae la novedad de que la santidad tiene que ver con la compasión, con el perdón, con el amar a todos sin discriminación. Trae la novedad de un Dios misericordioso, que no hace acepción de personas, que perdona y da con generosidad. Jesús fue fiel reflejo de su Padre, con su mirada compasiva sobre todos los que sufrían alguna dolencia, con su ‘mística de ojos abiertos’, con esa capacidad de ser hermano de todos.

Seamos santos con nuestras actitudes de acogida, de aceptación de los demás sin condiciones, de no violencia, de búsqueda del bien para todos. Un cristiano debe ser un ‘especialista’ en misericordia, no un ‘guardia fronterizo’ que mira minuciosamente si todo está en orden. Nunca todo está en orden, siempre podemos encontrar algo de qué quejarnos del que está a nuestro lado. Tampoco en nuestra vida siempre todo está en orden y esperamos la comprensión de los demás y el cariño, aunque a veces les fallamos.


MÁXIMA
Sean misericordiosos como Dios


Es una ilusión, lo sé, y tú misma has sido arrastrada, sin percibirlo, por un movimiento de destrucción que ha atraído a otras a tu alrededor, sin ellas darse cuenta. ¡Oh, lo siento por ti! ¡Oh, cuánto te compadezco, mi querida hija! Mis palabras son firmes porque deben serlo; pero no son amargas: en lo más profundo de mi corazón roto, no hay más sentimientos que los de una caridad sincera y una compasión tierna: sí, siempre amaré en Jesucristo, pase lo que pase y hagan lo que hagan, a aquellos que fueron mis hijos. ¡Ya no me llamarán su padre! Pero no me impedirán permanecer invariable en mis afectos y en mi amor por ellos. (Carta a la hermana Le Breton, 05-06-1835)

Somos llamados como menesianos
a ser una familia, todos hermanos.
Tenemos un Padre
que es amoroso Él es un Dios maravilloso.

Tu misericordia es nueva cada día,
más grande que los cielos,
que el sol del mediodía.
¿Cómo no quererte si eres alegría?
Tu misericordia transformó nuestra vida.

Si hay problemas, no estamos solos,
tenemos un Dios que es poderoso.
Siempre nos entiende, es amoroso,
tenemos un Dios maravilloso.