Miércoles de la 2ª semana de Cuaresma

Jeremías 18, 18-20
Salmo 30, 5-6. 14-16

Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo:
Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará.
Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.
¿Qué quieres? le preguntó Jesús.
Ella le dijo: Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
No saben lo que piden, respondió Jesús. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?
Podemos, le respondieron.
Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre.
Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud.

“La narración de san Marcos describe la escena de Jesús con los discípulos Santiago y Juan, los cuales –sostenidos por su madre– querían sentarse a su derecha y a su izquierda en el reino de Dios, reclamando puestos de honor, según su visión jerárquica del reino. El planteamiento con el que se mueven estaba todavía contaminado por sueños de realización terrena… Con la imagen del cáliz, les da la posibilidad de asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban. Su respuesta es una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio, rechazando la tentación mundana de querer sobresalir y mandar sobre los demás.
Frente a los que luchan por alcanzar el poder y el éxito, para hacerse ver, frente a los que quieren ser reconocidos por sus propios méritos y trabajos, los discípulos están llamados a hacer lo contrario. Por eso les advierte: “Saben que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre ustedes: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor”. Con estas palabras señala que en la comunidad cristiana el modelo de autoridad es el servicio”. (Papa Francisco, 18 de octubre de 2015).

Se acerca el momento de la pasión. Jesús está en Jerusalén con sus discípulos y pronuncia clarísimamente el tercer anuncio de su muerte. ¿Qué pensaban los discípulos en ese instante? ¿Se les encogía el corazón sólo de pensar en Jesús torturado, escarnecido, insultado, como decían los antiguos profetas? Contrariamente a todo esto los apóstoles se enredan en una discusión egoísta sobre quién será el primero en el Reino de los Cielos. Si bien la discusión es originada por las palabras de la madre de Santiago y Juan, el pensamiento de quién de ellos estaría más cerca de Jesús en su Reino se albergaba en el corazón de cada uno.

También en ocasiones nosotros, en el momento en que Cristo quiere decirnos algo importante o darnos una gracia especial, nos enredamos en nuestros pensamientos egoístas, y no escuchamos todo aquello que Jesús quiere decirnos.

El que quiera ser el primero, que sea el último. Jesús ama a los humildes, a los sencillos, a los que son como niños. El que es sencillo nunca desea el primer puesto para sí, sino para los demás.
Vivamos estos días de preparación para la Semana Santa esta virtud de la sencillez y la humildad para que Cristo vea en nuestros corazones la ternura de un niño. Preparémonos de esta manera para la Pasión del Señor, y no como lo hacían los apóstoles movidos por sus pensamientos egoístas.


MÁXIMA
La grandeza está en servir.


Pero ¡qué rara es la humildad de corazón y cuánto cuesta adquirirla! El orgullo parece indestructible. Ha penetrado en nuestras entrañas y hasta la médula de nuestros huesos. A veces, creemos haberlo vencido y destruido completamente, y un instante después, nos damos cuenta que sigue tan vivo como antes. Ha cambiado de forma, eso es todo. Se ha disfrazado aplicándose a cosas espirituales. No se viste de tontas adulaciones, sino que se alimenta de virtudes y, a veces, de la misma gloria de la humildad. ¡Cuántas miserias! (Sermón sobre la humildad)

Los que tienen y nunca se olvidan
que a otros les falta;
los que nunca usaron la fuerza si no la razón;
los que dan una mano
y ayudan a los que han caído,
esa gente es feliz porque vive
muy cerca de Dios.

Los que ponen en todas las cosas
amor y justicia;
los que nunca sembraron el odio
tampoco el dolor;
los que dan y no piensan jamás
en su recompensa,
esa gente es feliz porque vive
muy cerca de Dios.

Aleluya, Aleluya
Por esa gente que vive
y que siente en su vida el amor.

Los que son generosos
y dan de su pan un pedazo;
los que siempre trabajan pensando
en un mundo mejor;
los que están liberados
de todas sus ambiciones,
esa gente es feliz porque vive
muy cerca de Dios.