3º Domingo de Cuaresma

Éxodo 20, 1-17
Salmo 18, 8-11
1ª Corintios 1, 22-25

Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.  Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.
Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio».
Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?»
Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar».
Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.

En la primera lectura escuchamos a Dios que le habla al pueblo dándole, lo que conocemos, como los diez mandamientos, ley que busca no hacer de Dios un ídolo y respetar al hombre y la mujer como el único camino válido para el encuentro con Dios. Pero son los mismos ‘administradores’ del Templo los que pervirtieron su función-misión haciendo de él un lugar de comercio, cuando había nacido como lugar de memoria agradecida al Dios liberador.

Al texto de Juan podemos dividirlo en tres partes: La primera y la segunda parte acaban con una reacción de los discípulos. Ellos no intervienen en el relato. Su actitud es la de estar presentes y la de recordar. También creer, en la segunda. La tercera se refiere a los espectadores, de los cuales Jesús no se fía, porque conoce su interior.

Juan coloca la purificación del Templo al inicio del ministerio público de Jesús. Colocándolo allí, Juan nos da una visión sintética de tres elementos: a) lo que inspira la misión de Jesús es la gloria de su Padre; b) esa misión lo conduce ‘a ser devorado’ por la gloria de su Padre; el Templo acabará devorándolo y c) el fin de esto es el nuevo Templo que será ‘levantado’.

Juan nos presenta así el misterio de la persona de Jesús en relación con Dios Padre. El celo de la gloria del Padre lo ‘devorará’, lo llevará a la muerte. De este modo, desde el principio, la persona de Jesús aparece como un signo de contradicción. Juan narra la purificación del Templo al inicio de la misión de Jesús y lo reviste de un fuerte sentido simbólico al referirlo a la muerte y resurrección de Jesús.

“El Templo es a la vez centro de romería y de peregrinaciones, casa de oración, de celebraciones y bendiciones, lugar de liturgias santas… Además, servía de banco, de casa de cambio y de notaría pública. La riqueza acumulada hacía del Templo un importante centro de poder, causa de mucha manipulación política. Por eso el Templo era Casa de Dios y cueva de ladrones” (La CBR en la nueva evangelización. Folleto nº 4, pág. 50) 

Esta ambigüedad es la que explica la actitud de Jesús. Jesús realiza en el Templo una acción simbólica al estilo de las realizadas por los profetas. Purifica el Templo porque no revela el verdadero rostro de su Padre. El texto de Juan aprovecha esta ambigüedad del Templo para desarrollar su sentido simbólico.

El Templo edificado por manos humanas durante 46 años será destruido, pero devorará a Jesús como se ve en las acusaciones en el momento del juicio. Pero el nuevo Templo será ‘levantado’ en tres días. Jesús resucitado es el nuevo Templo, lugar de presencia de Dios, la Casa de Dios. De esta forma aparece claro el elemento simbólico. Por un lado, Jesús por medio de la purificación desacredita el ‘viejo’ Templo. Por otro lado, anuncia el nuevo Templo que es su cuerpo resucitado, verdadera Casa de Dios.

La actitud de los discípulos en el texto: Aparecen en la escena en actitud de presencia silenciosa. No tienen ninguna participación activa. Están presentes y ‘recuerdan’ y también creen. En el v. 17 recuerdan las palabras del profeta Zacarías: ‘El celo de tu casa me devora’. Comprenden que es una acción simbólica. En el v. 22 dice el evangelista que después de la resurrección creen en la Palabra de la Escritura y en la Palabra de Jesús. La acción de Jesús es pues interpretada a la luz de la Escritura y de la resurrección. Este recordar es una acción del Espíritu, que como dice Juan, toma de lo de Jesús y nos lo hace comprender (Jn 14,6). De este modo el Espíritu nos lleva a la verdad plena.

Juan María dirá que la escuela menesiana es un Templo, lugar de experiencia de Dios. Es esencial no hacer del Templo de la escuela un lugar de comercio, un lugar donde en vez de hacer experiencia de Dios hacemos actos de piedad vacíos, ritos sin sentido, que nos alejan más de lo que nos acercan a Dios. En el Templo de la escuela se pueden colar los mercenarios y hacer de él un negocio, como en la época de Jesús, y pervertir el sentido de la misma. Juan María denuncia esta realidad y nos dice: La escuela es pues, un templo en el que ejercen una de las más augustas funciones del sacerdocio, la enseñanza. Por esto en su cátedra, hablan en nombre de Jesucristo, ocupan su lugar, y, en consecuencia, no tienen nada en común con esos mercenarios para quienes la escuela no es más que un taller de lectura, de escritura o de cálculo, y que imparten la instrucción como un carpintero fabrica muebles (A los hermanos, S VII 2326 – 27)

Es esencial hacer del Templo de la escuela un lugar donde amasemos artesanalmente lazos fraternos, porque en la medida que nos hacemos prójimos de los demás ponemos a Dios en el centro de la relación. Así la escuela menesiana no será un seminario de ateos, sino de hombres y mujeres que reconocen a Dios en los rostros de los que más sufren y actúan compasivamente.

Jesús y el Padre: Jesús es un apasionado del proyecto de su Padre. En su mensaje busca dar a conocer el rostro verdadero del Padre. Esto le terminará costando la vida. Jesús será el nuevo Templo donde rendirle culto al Padre en Espíritu y Verdad.
Discípulos y Jesús: ellos están ahí, haciéndose eco de sus palabras, aprendiendo de cada gesto y palabra, palabras que guardan en su corazón y de las que hacen memoria en el momento oportuno. Ellos también tienen que aprender que el templo de la comunidad debe manifestar el rostro del Dios de Jesús.


“Sólo el Hombre–Dios puede unir las criaturas al Creador, santificar a los profanos, construir un templo donde Dios habita con honor. Entre lo finito y lo infinito no hay relación, todo culto que desmiente este principio choca a la razón y deshonra a la divinidad. La sabiduría eterna no puede ser autora de ese culto, ese culto no pronuncia el juicio que Dios mismo expresa de sí mismo, su santidad, su divinidad, la infinitud de su esencia. Es un culto falso, injurioso para Dios, incapaz de reconciliarle con los hombres.  No puede haber otra religión verdadera más que la que está fundada en el Hijo único del Padre, sobre este Hombre–Dios que une el cielo y la tierra, lo finito con lo infinito por el acuerdo incomprensible de dos naturalezas que le hacen al mismo tiempo igual al Padre y semejantes a nosotros.” (Jesucristo, mediador entre Dios y las creaturas)

Soy morada de tu amor.
Soy tu templo, Oh Señor.
Purifícame, purifícame.

Limpia hoy mi corazón,
ven renueva mi interior.
Purifícame, purifícame.

Espíritu de Dios, hazme digna morada,
hazme digna morada de tu amor.
Destruye fortalezas y rompe las cadenas.
Hazme digna morada, Oh Señor.

Del orgullo y vanidad,
del engaño y falsedad,
purifícame, purifícame.

De mi falta de perdón,
de la envidia y el rencor,
purifícame, purifícame.

Espíritu de Dios, hazme digna morada,
hazme digna morada de tu amor.
Destruye fortalezas y rompe las cadenas
Hazme digna morada, Oh Señor.