2ª Crónicas 36, 14-16.19-23Salmo 136, 1-6Efesios 2, 4-10
Jesús dijo a Nicodemo:De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.La causa de la condenación es esta: La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.
El domingo pasado, observábamos a Jesús haciendo un gesto simbólico en el Templo de Jerusalén, gesto que lo llevará a que el mismo Templo ‘lo devore’. En la primera lectura escuchamos el desenlace de la deportación del pueblo de Israel a Babilonia. Pero Dios, que es el Dios de la historia, suscita a Ciro, rey de Persia, y con él la esperanza del regreso a Jerusalén. No todo estaba perdido. Dios sigue velando y actuando compasivamente con su pueblo, aún en el destierro.Y el evangelio nos invita a contemplar el gesto supremo de amor del Padre, el ‘regalo del Hijo único’. Jesús está dialogando con Nicodemo: un fariseo, jefe de los judíos, que fue a verlo de noche. El ir a verlo de noche puede interpretarse como miedo a que lo vean con Jesús o como tiempo en que se estudian las Escrituras. Nicodemo es un presbítero, un adulto, que ya ha hecho su carrera, que tiene su ‘profesión’ y su reputación, pero que tiene miedo a jugársela.Pagola expresa que:“No es una frase más, la que le dice a Nicodemo. No son palabras que se pudieran eliminar del Evangelio, sin que nada importante cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana. ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único’. Este amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra esperanza. ‘Dios ama al mundo’. Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados.Primero, Jesús es, antes que nada, el ‘regalo’ que Dios ha hecho al mundo, no sólo a los cristianos. Los investigadores pueden discutir sin fin sobre muchos aspectos de su figura histórica. Los teólogos pueden seguir desarrollando sus teorías más ingeniosas. Sólo quien se acerca a Jesucristo como el gran regalo de Dios, puede ir descubriendo en todos sus gestos, con emoción y gozo, la cercanía de Dios a todo ser humano.Segundo. La razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el mundo es recordar el amor de Dios. Lo ha subrayado muchas veces el Vaticano II: la Iglesia ‘es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de Dios a todos los hombres’. Nada hay más importante. Lo primero es comunicar ese amor de Dios a todo ser humano.Tercero. Según el evangelista, Dios hace al mundo ese gran regalo que es Jesús, ‘no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él’. Es muy peligroso hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno todo un programa pastoral. Sólo con el corazón lleno de amor a todos, nos podemos llamar unos a otros a la conversión. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús sino otra cosa: tal vez, nuestro resentimiento y enojo.Cuarto. En estos momentos en que todo parece confuso, incierto y desalentador, nada nos impide a cada uno introducir un poco de amor en el mundo. Es lo que hizo Jesús. No hay que esperar a nada. ¿Por qué no va a haber en estos momentos hombres y mujeres buenos, que introducen entre nosotros amor, amistad, compasión, sensibilidad, justicia y ayuda a los que sufren…? Estos construyen la Iglesia de Jesús, la Iglesia del amor”
Nicodemo con Jesús: lo admira, busca encontrarse con él, evidentemente el mensaje anunciado por Jesús le genera preguntas, lo provoca y lo convoca. Nicodemo, no quiere quedar expuesto ante los fariseos, sólo se la jugará al final de la vida de Jesús. El maestro (Nicodemo) no entiende el lenguaje Jesús, hace una lectura muy literal y lineal del planteo de Jesús. Jesús lo invita a las profundidades y Nicodemo prefiere moverse en lo seguro, en la superficie y no correr tantos riesgos, pero hay algo en su interior que lo hace salir de noche al encuentro de Jesús. Vos, ¿sos capaz de arriesgar o preferís moverte en lo seguro?
Al poner los ojos sobre la cruz, el más simple de los fieles pronto ve hasta qué punto Dios lo ha amado; descubre la profundidad del abismo al que el pecado nos ha hecho descender, considerando los dolorosos esfuerzos que la caridad de Jesús ha tenido que hacer para sacarnos de él; juzga la dignidad y el precio de su alma, pensando lo que Jesús ha ofrecido para salvarla; y si alguna cosa le podía dar idea de la dicha que el ojo no ha podido ver, y que sin embargo nos está reservada, será también la cruz, porque nos ha dicho que ha sido necesario que Cristo fuera expuesto a tanto dolor y saciado de tantos oprobios para conseguirnos participar con él en su eterna gloria. (A las hermanas de la Cruz de Tréguier, S VII 2191)
Yo soy la Luz del Mundo, no hay tinieblas junto a Mí. Tendrán la luz de la vida por la palabra que les di. Yo soy el Camino firme, Yo soy la Vida y la Verdad. Por mí llegarán al Padre y el Santo Espíritu tendrán. Yo soy el Pan de Vida y con ustedes me quedé. Me entrego como alimento, Soy el misterio de la fe. Yo soy el Buen Pastor y por amor mi vida doy. Yo quiero un solo rebaño, Soy para todos Salvador. Yo soy la Vid Verdadera, mi Padre Dios, el viñador. Produzcan fruto abundante permaneciendo en mi amor. Yo soy Señor y Maestro y un mandamiento nuevo os doy: Que se amen unos a otros como los he amado yo.