San José Gabriel Brochero

Liturgia de las horas: Rezamos con el tema COMUNIDAD


Jeremías 11, 18-20
Salmo 7, 2-3. 9-12

Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: Este es verdaderamente el Profeta.
Otros decían: Este es el Mesías. Pero otros preguntaban: ¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?
Y por causa de él, se produjo una división entre la gente.
Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él.
Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: ¿Por qué no lo trajeron?
Ellos respondieron: Nadie habló jamás como este hombre.
Los fariseos respondieron: ¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita.
Nicodemo, uno de ellos, que había ido a ver a Jesús, les dijo: ¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?
Le respondieron: ¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta.
Y cada uno regresó a su casa.


La gente frente a Jesús tenía opiniones diversas, contradictorias: Un profeta, el Mesías, un versero, un maldito, etc. Cada uno defendía sus argumentos, sacados de la Biblia, de la tradición, de su experiencia personal o de sus intereses y resentimientos. Nada diferente a lo que nos pasa hoy, que cada uno tiene su idea de Jesús, algunos con fundamentos y otros porque escucharon decir o porque muchos lo creen así. Y lo mismo de la religión, de la Iglesia, de los creyentes.

Pero había gente, los jefes, que lo tenían claro: Jesús era un peligro para ellos y debía ser acallado. Ya no les importaba la verdad. Estaba claro que no dejarían que pusiera en peligro su status y su poder. Y todos los que no compartían su punto de vista, eran simplemente malditos. Nicodemo, uno de ellos, el que había ido a hablar con Jesús en el secreto de la noche, hace la diferencia y se anima a expresar una opinión sensata y diferente. Pero la fuerza del grupo lo hace callar.

Cuántas veces nos cuesta compartir un parecer diferente de la comunidad. Siempre es más fácil dejar pasar y guardarse la opinión, para no molestar o por las consecuencias que pueda traer. Y cuando hay una relación de dependencia, eso se hace más evidente.

No vamos a renegar de ninguna de nuestras palabras por ser sinceras. Todas han sido dictadas por una persuasión tanto desinteresada como profunda; nuestra conciencia nos lo asegura. Es cierto que nos hemos equivocado a menudo y algunas veces gravemente. (1834)

Que alguien se ponga de pie,
que alguien de la cara,
se necesita un luchador por la fe,
un hombre, que sea fiel a su causa.

La gente ya no quiere ver
cristianos de boca cerrada.
Es preciso que volvamos a ser
profetas que no le temen a nada.

El mundo ha perdido muchos de sus valores.
Poco a poco hemos ido perdiendo la fe.
Es necesario que surjan antorchas que den
nuevo rumbo al hombre y a su ser.

Hay que perder el miedo al luchar
y empezar desde cero a vivir
un mundo de paz,
que construiremos tú y yo,
si los dos nos ponemos de pie.