Comunidad

Estrechemos cada vez más los lazos que nos unen, esos lazos tan queridos que ni la misma muerte podría romper; y tengo la esperanza que cada vez que nos encontremos juntos nos animaremos los unos a los otros en la piedad, en el fervor, en la resolución que hemos tomado, de acuerdo, de caminar hacia el cielo practicando todas las virtudes que deben hacernos dignos de entrar en él un día (Sermón VII p. 2163).

Vamos a hacer la Comunión,
vamos a hacerla todos,
vamos a ser capaces de pedirnos perdón.
Vamos a hacer la Comunión, a trabajar unidos,
a dialogar buscando tu voluntad, Señor.

Vamos todos, todos juntos,
todos, todos bien unidos,
sin dejar de ser distintos,
pero tirando adelante.
Todos para el mismo lado,
como es de buenos hermanos.
Vamos a hacer la comunión, reconciliémonos.

Vamos a hacer la Comunión,
a no tener vergüenza
de pronunciar nuestra opinión y de participar.
Vamos a hacer la Comunión,
aunque seamos distintos.
a respetarnos y a creer
que en todos está Dios.

Vamos a hacer la Comunión,
por encima de todo
lo que nos pueda dividir nos vamos a amigar.
Vamos a hacer la Comunión
porque somos valiosos,
porque podemos, y además,
porque lo quiere Dios.

Vamos a hacer la Comunión,
no le tengamos miedo,
hace ya dos mil años Jesús la regaló.
Vamos a hacer la Comunión,
para eso hay que largarse,
tenerles fe a los otros y darle nuestro amor.

Vamos a hacer la Comunión,
para ofrecer al mundo
la misma reconciliación
que entre nosotros hay.
Vamos a hacer la Comunión,
para que el mundo crea
que en medios de ellos vive Dios
y que el Reino está cerca.

Antífona 1
Lo que más me alegra es saber que reina la caridad entre ustedes

Adaptación del salmo 132
El gozo de la fraternidad

¡Qué bueno, qué dulce,
habitar los hermanos juntos!
¡Qué bueno es vivir apiñados
todos como un racimo!
¡Qué dulce es sentirse
acompañados de los hermanos!

¡Qué maravilloso, Señor Jesús,
es vivir juntos en comunidad!
Todos unidos en comunidad
somos como una espiga madura.

Todos unidos en comunidad
somos como una colmena trabajadora.
Todos unidos en comunidad
somos piedras que sostienen la casa.
Todos unidos en comunidad
somos como granos de arena que forman un desierto.

Tú nos quieres, Señor Jesús,
miembros de un mismo grupo.
Nos quieres sentados alrededor
de tu palabra y de tu pan.
Tú nos has reunido
con la fuerza de tu Espíritu de amor.
Tú eres el Centro
y la fuerza de nuestras vidas.

El amor, Señor Jesús,
es como perfume precioso y caro;
el amor es como la luz
que abre camino en la noche;
el amor es como la lluvia temprana
sobre el prado;
el amor es como darse
sin miedo al derroche.

El amor, Señor Jesús,
es como la rosa nacida en primavera;
el amor es como la mirada limpia
y transparente de un niño;
el amor es como la pureza
y claridad de las estrellas;
el amor es como el canto
en la mañana de un pajarillo.

El amor es, Señor Jesús,
libre como gaviota al viento;
el amor es fuerte como el fuego
crepitante en la hoguera;
el amor es flexible
como la arcilla en nuestras manos;
el amor es fiel como la madre
que no deja de darse entera.

El amor es, Señor Jesús,
bello como los ojos de una niña enamorada;
el amor es suave como la espuma
de la ola sobre la roca;
el amor es limpio como la nieve
que cubre la cima de la montaña;
el amor es sincero y está pronto
y es constante a cada hora.

¡Qué bueno, qué dulce,
habitar los hermanos juntos!
¡Qué bueno, Señor Jesús, tenerte a ti
como Centro de nuestra Comunidad!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1:
Lo que más me alegra es saber que reina la caridad entre ustedes


Antífona 2
Vive en paz con todos tus hermanos; que la divina caridad te una a todos con sus dulces lazos.

Salmo 45
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, 
poderoso defensor en el peligro. 

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra, 
y los montes se desplomen en el mar. 

Que hiervan y brame sus olas, 
que sacudan a los montes con su furia: 

el Señor de los ejércitos está con nosotros, 
nuestro alcázar es el Dios de Jacob. 

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, 
el Altísimo consagra su morada. 

Teniendo a Dios en medio, no vacila; 
Dios lo socorre al despuntar la aurora. 

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan; 
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra. 

El Señor de los ejércitos está con nosotros, 
nuestro alcázar es el Dios de Jacob. 

Vengan a ver las obras del Señor, 
las maravillas que hace en la tierra: 

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe, 
rompe los arcos, quiebra las lanzas, 
prende fuego a los escudos. 

«Ríndanse, reconozcan que yo soy Dios: 
más alto que los pueblos, 
más alto que la tierra». 

El Señor de los ejércitos está con nosotros, 
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2
Vive en paz con todos tus hermanos; que la divina caridad te una a todos con sus dulces lazos.


Cuando hablo de caridad, no me refiero sólo al amor de Dios y al prójimo en general; hablo de que es necesario que estemos íntimamente unidos entre nosotros y que reine entre nosotros una armonía tan perfecta que verdaderamente se nos pueda aplicar, en toda su extensión, las palabras de San Pablo: cor unum et anima una. Hablo de que cada uno tolere las debilidades de sus hermanos, ya sean del cuerpo o del alma, con una paciencia que nada altere: infirmitates sive corporum sive animarum patientissime tolerent. Hablo que, cuando uno de nosotros sufre, todos sufrimos con él, entiendo que cuando uno de nosotros necesita cuidados o alivio en sus trabajos, la prontitud y la alegría, con las que nos ponemos a su servicio, demuestren el fondo de ternura que tenemos los unos para los otros. En fin, que cada uno sea indulgente con el otro, y que nunca se irrite ni se indigne más que consigo mismo.

Antífona:
Hoy es más necesario que nunca que se edifiquen unos a otros y que no descuiden nada para que la pequeña comunidad sea muy fervorosa.


Mi alma glorifica al Señor, mi Dios,
gózase mi espíritu en mi Salvador.
El es mi alegría, es mi plenitud,
El es todo para mí.

Ha mirado la bajeza de su esclava,
muy dichosa me dirán todos los pueblos
porque en mí ha hecho grandes maravillas
El que todo puede, cuyo Nombre es Santo.

Su clemencia se derrama por los siglos
sobre aquellos que le temen y le aman,
desplegó el gran poder de su derecha,
dispersó a los que piensan que son algo.

Derribó a los potentados de sus tronos,
elevó a los humildes y a los pobres,
los hambrientos se saciaron con sus bienes
y alejó de sí, vacíos a los ricos.

Acogió a Israel, su humilde siervo
acordándose de su misericordia,
como había prometido a nuestros padres,
a Abraham y descendencia para siempre.


Antífona:
Hoy es más necesario que nunca que se edifiquen unos a otros y que no descuiden nada para que la pequeña comunidad sea muy fervorosa.

A cada intención respondemos:

Que seamos misericordiosos como el Padre

-. Que tratemos a los demás con indulgencia y paciencia.

-. Que veamos siempre en los otros el rostro de Jesucristo.

-. Que siempre actuemos movidos por el amor y no la envidia.

-. Que busquemos reconocer lo bueno del otro, antes que ser reconocidos.

-. Que los defectos que descubrimos en los otros, no nos tapen los nuestros.

-. Que estemos siempre dispuestos a pedir perdón cuando la situación lo amerite.

Señor, entra en nuestra comunidad y conviértela en lugar de oración y acogida. Que tu Espíritu rompa nuestro voluntarismo y nos ayude a abrirnos a la gracia para dedicarnos más a ti, en la misión junto a otros hermanos. Por Jesucristo nuestro Señor, amén.