V Domingo de Cuaresma

Jeremías 31, 31-34
Salmo 50, 3-4.12-15
Hebreos 5, 7-9

En aquel tiempo, entre los que había subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: Señor, queremos ver a Jesús.
Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.
Él les respondió: Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: Padre, líbrame de esta hora? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!
Entonces se oyó una voz del cielo: Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar.
La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: Le ha hablado un ángel.
Jesús respondió: Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.


Estamos en el capítulo 12 del evangelio de Juan. Después de la unción en Betania y de la entrada triunfal en Jerusalén, y como respuesta a los griegos que querían verlo, Jesús hace un pequeño discurso que no responde ni a los griegos ni a Felipe y Andrés. Versa, como el domingo pasado sobre la vida, pero desde otro punto de vista. Aquí la vida sólo puede ser alcanzada después de haber aceptado la muerte.  Si el grano de trigo no muere no da fruto. El mensaje de Juan en este relato en muy claro: los ‘judíos’ rechazan a Jesús, y los paganos le buscan. Tú, ¿con qué grupo sintonizas? No respondas rápido. Sostén la pregunta.

Pagola expresa:
“Un grupo de ‘griegos’, probablemente paganos, se acercan a los discípulos con una petición admirable: ‘Queremos ver a Jesús’. Cuando se lo comunican, Jesús responde con un discurso vibrante en el que resume el sentido profundo de su vida. Ha llegado la hora. Todos, judíos y griegos, podrán captar muy pronto el misterio que se encierra en su vida y en su muerte: ‘Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí’. Cuando Jesús sea alzado a una cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y sólo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación suprema del Misterio de Dios.

Para ello se necesita, desde luego, algo más que haber oído hablar de la doctrina de la redención. Algo más que asistir a algún acto religioso de la semana santa. Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por un mundo más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios.

Pero, probablemente a Jesús empezamos a conocerlo de verdad cuando, atraídos por su entrega total al Padre y su pasión por una vida más feliz para todos sus hijos, escuchamos aunque sea débilmente su llamada: ‘El que quiera servirme que me siga, y dónde esté yo, allí estará también mi servidor’.

Todo arranca de un deseo de ’servir’ a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir sólo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos. Entonces empezamos a convertirnos en sus seguidores. Esto significa compartir su vida y su destino: ‘donde esté yo, allí estará mi servidor’. Esto es ser cristiano: estar donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre donde está él. ¿Cómo sería una Iglesia ‘atraída’ por el Crucificado, impulsada por el deseo de ‘servirlo’ sólo a él y ocupada en las cosas en que se ocupaba él? ¿Cómo sería una Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?”


Jesús y su Padre: Jesús es consciente que la hora está cerca, la hora de la entrega, que todo conduce hacia allí. Está turbado, está tenso, pero ante esta realidad salta a los brazos del Padre y se confía a Él y dice glorifica tu nombre, para esto he venido, no escaparé. El Padre confirma que este es el camino, haciendo oír su voz. Las situaciones de cruz no son signos de la ausencia de Dios ni el morir a nosotros mismos para nacer a lo nuevo, como el grano de trigo.


Se me muestra la cruz y se me dice: ¡huye! No, no huiré: iré adelante, tomaré, me estrecharé a la cruz, porque por la cruz he sido salvado. ¡Oh cruz, mi única esperanza! Cruz divina, te abrazo fuertemente, es sobre ti donde yo quiero morir. ¡O crux ave, spes unica!  (Memorial pag. 28)

Sé como el grano de trigo que cae
en tierra y desaparece.
Y aunque te duela la muerte de hoy,
mira la espiga que crece.

Un trigal será mi Iglesia
que tomará mis entregas,
fecundadas por la sangre de Aquél 
que dio su vida por ella.

Ciudad nueva del amor,
donde vivirá el pueblo,
que en los brazos de su dueño nació,
sostenido de un madero.

Yo mi vida he de entregar,
para aumentar la cosecha,
que el sembrador al final buscará
y dejará ser eterna.

Y un día al Padre volveré
a descubrir el secreto
de la pequeña semilla, que fiel,
cobró su herencia en el cielo.