Evangelio de la entrada a Jerusalén
Cuando se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: ¿Qué están haciendo?, respondan: El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida.Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron.Algunos de los que estaban allí les preguntaron: ¿Qué hacen? ¿Por qué desatan ese asno?Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó.Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó.Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo.Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban:¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!, gritaba festiva la muchedumbre de Jerusalén recibiendo a Jesús. Hemos hecho nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo hemos expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros. Sí, del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas. Así como lo ha hecho en el Evangelio, cabalgando sobre un asno, viene a nosotros humildemente, pero viene «en el nombre del Señor». Con el poder de su amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con el Padre y con nosotros mismos. Jesús está contento de la manifestación popular de afecto de la gente, y cuando los fariseos le invitan a que haga callar a los niños y a los otros que lo aclaman, responde: «si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Nada pudo detener el entusiasmo por la entrada de Jesús; que nada nos impida encontrar en él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz, porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza. (Papa Francisco, Jornada Mundial de la Juventud 2016)
Arriba nuestros ramoscantando al Señor.Arriba nuestros ramoscantando al Señor.Bendito el que vieneen el nombre del Señor,Jesús nuestra esperanza,Jesús liberador.Era un domingoallá en Jerusaléncuando en un burritoJesús entra a padecer.Todo el pueblo humildelo salió a recibiry con entusiasmocomenzaron a decir:Pero el mejor cantoque Jesús quiso escucharfue el canto purode los niños del lugar.Ellos saludabana Jesús liberador,Cristo, el esperadode los pobres del Señor.Hoy también nosotroste queremos recibiry por tu caminoserte fieles hasta el fin.Cristo nos conduceshacia el reino de la luz,marcas nuestra huellacon la sangre de la cruz.Llegan ya los díasde la Pascua del señor.Cristo con su muertenos da vida y salvación.Juntos revivamosel misterio de la cruzy compartiremosel triunfo de Jesús.
Lecturas de la Misa
Isaías 50, 4-7Salmo 21, 89.1718ª.19-20.23-24Filipenses 2, 6-11Evangelio: Marcos 14, 1- 15, 47 (Pasión)
El relato de la Pasión y Resurrección de Jesús es la Buena Noticia por excelencia. Desde aquí se lee toda su vida, obra y mensaje. San Marcos pone todo esto de relieve en su relato de la Pasión de una manera especial. Lo hace con una gran objetividad. No pretende emocionarnos, ni menos aún, satisfacer nuestra curiosidad. Quiere hacernos comprender que detrás de la soledad y la humillación de Jesús, detrás de su dolor y su fracaso, se esconde su verdadero triunfo. El triunfo del Mesías, a quien un pagano, al verlo morir, reconoce como Hijo de Dios.La Pasión, en Marcos, es una narración sobria, concentrada, donde los acontecimientos hablan por sí mismos, mientras el Protagonista calla. Jesús se nos muestra como verdadero hombre, en Getsemaní, donde se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora, en un gesto de súplica y abandono. Como verdadero Hijo de Dios, puede invocar a Dios, el Altísimo, con el apelativo de Abba, papá… Tras la repetida oración tiene lugar la dolorosa entrega a la voluntad del Padre. Jesús está ya dispuesto a entregarse en manos de los hombres.Ante éstos no tiene más palabras que las que declaran su identidad, causando su condena como blasfemo y subversivo. En el relato observamos el clamor de las muchas voces que lo acusan, se burlan, reniegan y gritan “¡Crucifíquenlo!”, en el más impresionante silencio de Jesús, que en el momento supremo se convierte en un fuerte grito, oración acongojada al Padre, entrega total. El Hijo de Dios atraviesa los umbrales de la muerte.
Los discípulos y Jesús:Pedro está agrandado, él no se escandalizará… Jesús le advierte la negación, Pedro se siente fuerte al punto de sentirse capaz de morir por Él. Sus amigos se duermen en el Huerto, no son capaces de hacerle el aguante. A la hora del arresto todos huyeron e incluso uno lo hizo desnudo. Pedro, que lo había seguido de lejos, lo niega una y otra vez y a la tercera se puso a maldecir y jurar que no lo conocía. Canta el gallo y se puso a llorar al recordar la sentencia de Jesús. Jesús queda sólo. Hay unas mujeres, varias de ellas discípulas, que miran de lejos y en silencio. La Palabra está en silencio y los que ningunean a la Palabra profieren amenazas. Los seguidores de la Palabra están en silencio, cuando no huyeron o la han negado.Los ‘enjuiciadores’ y Jesús:No se resiste cuando lo arrestan y no responde a las acusaciones. Sólo responde a la pregunta del sumo sacerdote y de Pilatos, que tienen que ver con su identidad y las respuestas le significaron la sentencia de muerte. El ensañamiento queda claro: Se burlan, lo bofetean, lo escupen… pero el guarda silencio. Lo azotan, lo coronan de espinas, lo golpean, lo escupen, se burlan, lo crucifican, los que pasaban por el lugar también lo insultaban, al igual que los sumos sacerdotes y escribas y los crucificados con él… y Él sigue en silencio. El silencio se rompe cuando Jesús le grita al Padre: Eloi, Eloi, lamá sabactani y expira. La actitud de Jesús ante el proceso hace que más de uno se interrogue y el centurión exclame: “verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.Jesús y el Padre:Jesús se siente angustiado hasta la muerte, se postra en tierra y ruega que de ser posible no tenga que pasar por esa hora (cáliz, cruz)… pero que no se haga su proyecto sino el proyecto del Padre. Ora así una y otra vez hasta que le queda claro que ese es el camino. Entiende que su Padre está con él, aunque en silencio. El silencio de Dios no es ausencia. Mudamente lo está sosteniendo, pues hay gestos que valen más que mil palabras.
Sin duda tendremos que sufrir en estas pruebas; ¡Bendito sea Dios! Después de todo, somos los discípulos de ese Jesús que ha vivido pobre, que fue humillado y condenado al suplicio de la cruz. Considerémonos pues, felices cuando Dios nos llama a llevar la imagen de su divino Hijo traicionado, ultrajado, crucificado; no vivamos más que de la fe pura, no toquemos la tierra más que con nuestros pies; que nuestros corazones se eleven y levantémonos hasta el cielo. Hijos míos todas las palmas de los mártires, de los confesores de la fe, del celo apostólico no han sido aún distribuidas; quedan para nosotros. Vayamos pues con alegría ante las que nos son ofrecidas para conquistar; lancémonos a tomarlas; y si perseveramos hasta el final; serán nuestras. (Apertura de un retiro a los Hermanos, S VII 2247)