Miércoles Santo

Isaías 50, 4-9
Salmo 68, 8-10. 21-22. 31. 33-34

Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: ¿Cuánto me darán si se los entrego? Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: ¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?
El respondió: Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona y díganle: El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.
Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: Les aseguro que uno de ustedes me entregará.
Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: ¿Seré yo, Señor?
El respondió: El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!
Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: ¿Seré yo, Maestro? 
Tú lo has dicho, le respondió Jesús.

Este acto dramático marca el inicio de la Pasión de Cristo, un doloroso camino que Él elige con libertad absoluta. Él mismo lo dice claramente: «Yo doy mi vida.. Nadie me la quita: la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y el poder de recobrarla». Y así comienza el camino de la humillación, del despojo, con esta traición. Es como si Jesús estuviera en el mercado: ‘Este cuesta treinta denarios’. Y Jesús recorre este camino de la humillación y el despojo hasta el final.

Jesús alcanza la humillación completa con la «muerte en la cruz». Se trata de la peor de las muertes, la destinada a los esclavos y a los delincuentes. Jesús era considerado un profeta, pero muere como un delincuente. Mirando a Jesús en su pasión, vemos como en un espejo también el sufrimiento de toda la humanidad y encontramos la respuesta divina al misterio del mal, del dolor, de la muerte […] Esta semana nos hará bien a todos nosotros mirar el crucifijo, besar las llagas de Jesús, besarlas en el crucifijo. Él ha tomado sobre sí el sufrimiento humano, se ha endosado todo ese sufrimiento.» (Papa Francisco, 16 de abril de 2014).

Lo que sucedió en la vida de Judas me ayuda a reflexionar sobre mi amor hacia Dios. ¿Soy consciente del gran amor que Dios me tiene? ¿Me doy cuenta de tantas muestras de cariño de su parte?: La vida, el don de la fe, mi capacidad de amar, mi familia, mi hogar, el alimento, el vestido, algún gustillo, la maravilla de la naturaleza, incluso las pruebas y dificultades que me ofrece para llevarlas con amor, su entrega en la cruz. La caída de Judas es el resultado de una vida en la que poco a poco se enfrió el amor al Maestro. Examinémonos con sinceridad y confianza delante de Jesús y pidámosle el valor y la fortaleza para guardar nuestro corazón sólo para Él.


MÁXIMA
Jesús, ayudame a serte fiel siempre

Señor, su carta es un ultraje: soy hermano y Dios no quiere que renuncie nunca a mi santo estado. Los que violan sus compromisos, son seres viles, hombres sin palabra, y no comprendo cómo podrían estar encargados de educación, a título de lo que sea y en el establecimiento que sea. (Del H. Augusto a un director que lo invita a dejar su vocación)

No hay nada,
que pueda separarte de mi amor
No hay nada,
que pueda separarte de mi amor
No hay nada, no hay nada,
que pueda separarte de mi amor.

Tu eres obra de mis manos.
Con amor yo te he creado.
De gran precio a mis ojos
para mi tu eres valioso.
Yo te amo y soy tu Dios.

Porque yo te he redimido.
con mi sangre te he comprado.
Y hoy te llamo por tu nombre
porque tú me perteneces.
Yo soy tu salvador.

Y en el cielo yo te espero.
Un lugar te he preparado.
Y cuando sea ya cumplido
el tiempo en esta tierra,
yo te recibiré.