Viernes de la 5º semana de Cuaresma

Jeremías 20, 10-13
Salmo 17, 2-7

Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Entonces Jesús dijo: Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?
Los judíos le respondieron: No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios.
Jesús les respondió: ¿No está escrito en la Ley: «Yo dije: Ustedes son dioses»? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra –y la Escritura no puede ser anulada– ¿cómo dicen: «tú blasfemas», a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: «yo soy Hijo de Dios»? 
Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre.
Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos.
Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí.
Muchos fueron a verlo, y la gente decía: Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad.
Y en ese lugar muchos creyeron en él.


Esta manera que Juan tiene de presentar el conflicto entre Jesús y las autoridades religiosas no es sólo algo que aconteció en el pasado. Es un espejo de lo que acontece hoy. En nombre de Dios, nosotros,  los miembros de las tres religiones del Dios de Abraham, judíos, cristianos y musulmanes, nos condenamos y nos enfrentamos mutuamente. En nombre de Dios se cometieron muchas barbaridades y se siguen cometiendo hoy.

La cuaresma es un tiempo importante para pararse y preguntarse cuál es la imagen de Dios que habita en mí. Y de ello depende también la imagen que tengo del hombre.Es lo que les pasaba a los fariseos y demás jefes: Creían en un dios juez, muy pendiente de normas exteriores. De allí que pensasen que los que no podían con esas normas eran malditos y por lo tanto condenables. Ellos, en cambio, se creían los perfectos, los predilectos de Dios.

Jesús les dice que en la Biblia está escrito que todos somos “Hijos del Altísimo” (Salmo 82,6). Allí se asienta la dignidad humana, en ser hijos de Dios. No importa la condición social, la religión, la raza, la nacionalidad o el partido político. El pobre que pide limosna es tan digno como el más poderoso de la tierra. El que barre la vereda, mi empleado y el de la villa, valen tanto como yo.

 
MÁXIMA
Todos somos hijos de Dios


Dios Padre, lleno de un amor infinito por su Hijo, ha desplegado toda la magnitud de sus tesoros y diría que ha agotado todo su poder, para preparar a este Hijo muy querido, una morada digna de él en este mundo: de este modo todos los hombres son hijos de Dios en Jesucristo. (SII 962-969)

Me envuelves hoy con una canción,
melodía de tu amor.
Me das libertad en la adversidad.
Ya no hay más temor.

Ya no soy esclavo del temor.
¡Yo soy hijo de Dios!

Antes de nacer escogido fui,
por tu gran amor.
Volví a nacer, pertenezco a ti,
tu sangre fluye en mí.

Estoy rodeado por los brazos del Padre,
y hoy proclamo un canto de libertad.
Fuimos perdonados por tu gracia.
Somos tus hijos amados.
Nos has hecho libres.

Abriste el mar para que yo camine.
Tu amor ahogó todo el temor.
Me rescataste y hoy cantaré:
¡Yo soy hijo de Dios!