Jueves de la octava de Pascua

Hechos 3, 11-26
Salmo 8, 2. 5-9

Los discípulos de Emaús contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: La paz esté con ustedes.
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: ¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?  Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo.
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.
Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer.
Pero Jesús les preguntó: ¿Tienen aquí algo para comer?
Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.


Lucas describe el encuentro del Resucitado con sus discípulos como una experiencia fundante. El deseo de Jesús es claro. Su tarea no ha terminado en la cruz. Resucitado por Dios después de su ejecución, toma contacto con los suyos para poner en marcha un movimiento de «testigos» capaces de contagiar a todos los pueblos su Buena Noticia: “Ustedes son mis testigos”.

No es fácil convertir en testigos a aquellos hombres hundidos en el desconcierto y el miedo. A lo largo de toda la escena, los discípulos permanecen callados, en silencio total. El narrador solo describe su mundo interior: están llenos de terror; solo sienten turbación e incredulidad; todo aquello les parece demasiado hermoso para ser verdad. Es Jesús quien va a regenerar su fe. Lo más importante es que no se sientan solos. Lo han de sentir lleno de vida en medio de ellos.

Estas son las primeras palabras que han de escuchar del Resucitado: «La paz esté con ustedes… ¿Por qué surgen dudas en su interior? Cuando olvidamos la presencia viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo ocultamos con nuestros protagonismos; cuando la tristeza nos impide sentir todo menos su paz; cuando nos contagiamos unos a otros pesimismo e incredulidad… estamos pecando contra el Resucitado. Así no es posible una Iglesia de testigos.

Para despertar su fe, Jesús no les pide que miren su rostro, sino sus manos y sus pies. Que vean sus heridas de crucificado. Que tengan siempre ante sus ojos su amor entregado hasta la muerte. No es un fantasma: «Soy yo en persona». El mismo al que han conocido y amado por los caminos de Galilea. Siempre que pretendemos fundamentar la fe en el Resucitado con nuestras elucubraciones lo convertimos en un fantasma. Para encontrarnos con él hemos de recorrer el relato de los evangelios; descubrir esas manos que bendecían a los enfermos y acariciaban a los niños, esos pies cansados de caminar al encuentro de los más olvidados; descubrir sus heridas y su pasión. Es ese Jesús el que ahora vive resucitado por el Padre.

A pesar de verlos llenos de miedo y de dudas, Jesús confía en sus discípulos. Él mismo les enviará el Espíritu que los sostendrá. Por eso les encomienda que prolonguen su presencia en el mundo: «Ustedes son testigos de estas cosas». No han de enseñar doctrinas sublimes, sino contagiar su experiencia. No han de predicar grandes teorías sobre Cristo, sino irradiar su Espíritu. Han de hacerlo creíble con su vida, no sólo con palabras. Este es siempre el verdadero problema de la Iglesia: la falta de testigos. (José Antonio Pagola)


MÁXIMA
Jesús está entre nosotros.


Paz a ustedes, porque son de esos hombres de buena voluntad a los cuales los ángeles anunciaron y prometieron, cuando Jesús apareció en el mundo, y nos dio a todos el ejemplo de la pobreza, de la humildad, de una abnegación completa de sí mismo. Ustedes tienen el deseo de caminar siguiendo sus huellas, de ser dulces y humildes de corazón a su ejemplo, de ser como él obedientes a la voluntad del Padre celestial hasta la muerte… Paz a sus corazones cuyos afectos son para Dios, cuyos sentimientos y deseos se dirigen a Dios”. (S.VII – p. 2375)

CANCION

Yo no sé qué está pasando
parece quieren cambiarme
a ese hombre que llevo dentro
y que vive en cada gente.
Yo no sé si ya no escucho
o si es Él quien me habla menos
lo que siempre fue su canto
hoy siento que es mi llanto.

El hombre que yo conozco
no es de espuma y vanidades,
siempre libre y verdadero
son sus ojos diferentes.
Cuando llama es un susurro,
cuando calla, una tormenta,
una brasa cuando ama,
cuando siente es un torrente.

Eres Jesús, el carpintero,
el de alegrías y quebrantos
de pobres y afligidos
de mi canto y el de tantos.
Jesús amor, Padre, ternura
Dios del pan, Dios del madero.
Señor de la esperanza,
eres el hombre que yo espero.

El otro, el que quieren imponerme
es de piedras y mentiras
sólo compra, suma y vende
es de hielo y amargura.
Yo no quiero parecerme
a eso que llaman el hombre.
El hombre es uno y desde siempre
en Él creo y quiero verle.

Padre, amigo hermano bueno
el de alegrías y quebrantos
de pobres y afligidos
de mi canto y el de tantos.
Jesús, amor , Padre, ternura
Dios del pan, Dios del madero
Señor de la esperanza.
Eres el hombre verdadero