A través de la Novena pedimos por nuestros enfermos y por la beatificación de Juan María.
Hechos 2, 14, 22-33Salmo 15, 1-2. 5. 7-11
Las mujeres, que habían ido al sepulcro, después de escuchar al ángel, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: Alégrense. Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.Y Jesús les dijo: No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán.Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido.Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: Digan así: Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos. Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo.Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.
El Evangelio de hoy nos habla del Resucitado, de su aparición a las mujeres que habían ido al sepulcro. Jesús sale a su encuentro y las saluda; luego les dice cosas, que también a nosotros nos vendrá bien recibir como regalo de Pascua:En primer lugar, las tranquiliza con las simples palabras: ‘No tengan miedo’. El Señor sabe que los miedos son nuestros enemigos cotidianos. También sabe que nuestros miedos nacen del gran miedo, el miedo a la muerte: miedo a desvanecerse, a perder a los seres queridos, a enfermar, a no poder más… Pero en la Pascua Jesús venció a la muerte. Por tanto, nadie puede decirnos de forma más convincente: ‘No tengan miedo’. Él sabe que el miedo está siempre agazapado a la puerta de nuestro corazón y que necesitamos que nos repitan ‘no temas’. En la mañana de Pascua como en la mañana de cada día, ‘no teman’.Salir y anunciar, porque la alegría de la Pascua no es para guardarla para uno mismo. La alegría de Cristo se fortalece al darla, se multiplica al compartirla. Si nos abrimos y llevamos el Evangelio, nuestro corazón se expande y supera el miedo. Este es el secreto, anunciar para vencer el miedo.En la actitud de los soldados está la falsedad, la lógica de la ocultación, que se opone a la proclamación de la verdad. Es un recordatorio también para nosotros: La falsedad -en las palabras y en la vida- contamina el anuncio, corrompe por dentro, conduce de nuevo al sepulcro. La falsedad nos hace retroceder, nos lleva a la muerte y al sepulcro. El Resucitado, en cambio, quiere sacarnos de los sepulcros de la falsedad y las dobleces. Delante del Señor Resucitado, hay este otro ‘deo’, el Dios del dinero, que ensucia todo, estropea todo, cierra la puerta a la salvación. Y esto es para todo. En la vida cotidiana está la tentación de adorar a ese ‘Dios’ del dinero».Él quiere sacar a la luz las cosas ocultas, hacernos testigos transparentes y luminosos de la alegría del Evangelio, de la verdad que nos hace libres. Que María, la Madre del Resucitado, nos ayude a superar nuestros miedos y nos conceda la pasión por la verdad. (Papa Francisco)
Máxima¡Jesús resucitó!
El corazón del hombre de bien es una fiesta continua (Prov 15,15). Eso es verdad pues para él los dolores son alegrías: saborea con delicia las amarguras de la vida; para él la eternidad está ya presente y al perderse en Dios, sumergiéndose en la verdad, en el amor, entra en el cielo, donde goza de una paz inefable. (Memorial 89)
Resucitó, resucitó.¡Aleluya, aleluya!La muerte, ¿dónde está la muerte?¿Dónde está la muerte?¿Dónde su victoria?Alegría, alegría hermanos,que si hoy nos queremoses que resucitó.