Sábado de la 3ª semana de Pascua

Hechos 9, 31-42
Salmo 115, 12-17

Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: ¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: ¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.

Y agregó: Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: ¿También ustedes quieren irse?
Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios
.

Señor, ¿a quién iremos?

El evangelio de hoy trae la parte final del Discurso del Pan de Vida. Se trata de la discusión de los discípulos entre sí y con Jesús y de la declaración tan firme de Simón Pedro, frente a las dudas y abandono de muchos. Muchos discípulos pensaban que Jesús se estaba yendo ¡demasiado lejos! Estaba acabando con la celebración de Pascua y se estaba colocando a sí mismo en el lugar más central de la Pascua. Por ello, mucha gente se desligó de la comunidad y no iba más con Jesús.

En su discurso Jesús se había presentado como el alimento que sacia el hambre y la sed de todos aquellos y aquellas que buscan a Dios. En el primer Éxodo, muchos dudaron de que Dios estuviera con ellos y murmuraban contra Moisés. Querían romper y volver a Egipto. En esta misma tentación caen los discípulos, dudando de la presencia de Jesús en el partir el pan. Ante las palabras de Jesús sobre “comer mi carne y beber mi sangre”, muchos murmuraban, como el pueblo en el desierto, y tomaron la decisión de romper con Jesús y con la comunidad “se volvieron atrás y no fueron con él”.

Al final quedan sólo los doce. Ante la crisis provocada por sus palabras y sus gestos, Jesús se vuelve hacia sus amigos más íntimos, aquí representados por los Doce, y les dice: “¿También ustedes quieren marcharse?» Jesús no se hace problemas por la cantidad de gente que lo sigue. No cambia el discurso cuando el mensaje no agrada. El habla para revelar al Padre y no para agradar a quién sea. Prefiere permanecer solo, y no estar acompañado por personas que no se comprometen con el proyecto del Padre.

La respuesta de Pedro es firme: “¿A quién iremos? ¡Tú sólo tienes palabras de vida eterna y nosotros reconocemos que tú eres el Santo de Dios!”. Aún sin entender todo, Pedro acepta a Jesús como Mesías y cree en él. Profesa en nombre del grupo su fe en el pan compartido y en la palabra. Jesús es palabra y el pan que sacia al nuevo pueblo de Dios. A pesar de todos sus límites, Pedro no es como Nicodemo que quería ver todo bien claro según sus propias ideas.


Nunca debemos lamentar la decisión de aquéllos que, después de haber solicitado su ingreso en nuestra Con­gregación, dudan de su vocación: es preferible que no vengan, si luego han de salir.” (Al H. Mériadec, 23-11-1844)

¿Señor, a quién iremos
si tú eres nuestra vida?
¿Señor, a quién iremos
si tú eres nuestro amor?

¿Quién como tú conoce
lo insondable de nuestro corazón?
A quién como a ti le pesan
nuestros dolores, nuestros errores?
¿Quién podría amar cómo tú
nuestra carne débil,
nuestro barro frágil?

¿Quién como tú confía
en la mecha que humea
en nuestro interior?
¿Quién como tú sostiene
nuestra esperanza malherida
y nuestros anhelos insaciables?
¿Quién como tú espera
nuestro sí de amor?