2ª Timoteo 1, 13-14; 2, 1-3Salmo 95, 1-3. 7-8. 10
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.Entonces dijo a sus discípulos: La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
El texto dice que Jesús recorría toda aldea y ciudad. No esperó que la gente viniera a Él. No se atrincheró dentro del templo en la gran ciudad, convocando a las multitudes a que se reunieran allí. Jesús estuvo donde la gente estaba. Es imposible responder con el evangelio a personas de las que desconocemos su situación integral, sus viviendas, su historia y problemáticas, etc. Muchas veces nuestra proclama del evangelio es impertinente por las formas y no por el contenido.Jesús comenzó su ministerio por su propia región, Galilea, zona más marginal, olvidada y despreciada de Israel, marcando así su perspectiva teológica. Su accionar plasma no sólo una metodología, sino la manera que ve Dios a los hombres. Su propio nacimiento como inmigrante, en un corral de animales, no en un palacio, nos habla de quién es nuestro Dios y qué pide de nosotros.Y Jesús tiene compasión por las ovejas dispersas. Había en ese tiempo muchos pastores, pero muchas ovejas andaban errantes, sin que nadie las cuidase. No quiere esos pastores, no nos quiere como esos pastores, que se pastorean a sí mismos, que usan a las ovejas en provecho propio. Él es el buen Pastor que va donde las ovejas andan perdidas. Y nos pide ser pastores como Él.Enorme es el rebaño, enorme la cosecha en los campos. Estamos llamados a salir a pastorear. Estamos llamados a cosechar en el inmenso campo del mundo. Pero nos traban los compromisos, la falta de tiempo, la poca fe, el ‘qué dirán’ y tantos otros impedimentos.Danos, Señor, mayor libertad.Danos, Señor, mayor conciencia misionera.Danos, Señor, menos excusas y más compromiso.
En tu clase, eleva a menudo tu espíritu hacia nuestro Señor y ruégale que bendiga tus trabajos: sobre todo, procura inspirar a tus niños una verdadera y tierna piedad: no te consideres como un maestro profano sino como un misionero encargado de establecer el reino de Dios en las almas: esa es tu vocación, en efecto: te santificarás tú mismo procurando hacer santos. (Al H. Alfred, 7 de julio de 1844)
Está ardiendo en mi interior esta llama de tu Misión, que quisiste encender en mí, ¡Oh Dios! Soy tus manos y soy tus pies y tu voz también quiero ser, donde quieras, Señor, llegar, llévame. Y del cielo bajará un abrazo de luz y paz, cuando quiera refugiarme en tu amor. Y los frutos que vendrán durarán por la eternidad, mientras vivo una vida en Misión. Si la obra empezaste Tú ya no duda mi corazón pues será terminada en mí, Jesús. Y tu ejército listo está, tu armadura nos cubre ya y sirviendo tu escudo nos cuidará.